Cuando traigo una racha de columnas acerca de los enormes beneficios de la tecnología en asuntos de salud y de investigación -hasta el punto de que comparo los avances de la ciencia con las historias de ciencia ficción- se me cae de nuevo todo: me encuentro con la publicación reciente de un libro que afirma que la tecnología nos hace cada día más estúpidos.
Sí, así, estúpidos. El libro The Glass Cage, de Nicholas Carr, analiza cómo la automatización, que nos hace la vida mucho más fácil y práctica, está deteriorando nuestras capacidades cerebrales. Alto precio para la humanidad, sin duda, el futuro lo evidenciará. Me da pánico, aunque sin duda ya no estaré por esta tierra.
Es que las máquinas hoy ya no se dedican a ser bastones que sostienen nuestros pasos ni artefactos que repiten y repiten actividades, ahora nos sustituyen: conocen, analizan y crean. El señor Carr, que también escribió el artículo ¿Está Google haciéndonos estúpidos? y el libro The Shallows: ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, es quien ha dado a la humanidad los más reveladores análisis de las consecuencias intelectuales y culturales de Internet.
Bueno, cuáles son algunos de los altos precios que está pagando la humanidad por la comodidad de las conexiones permanentes y los grandes avances:
- La tecnología altera nuestros procesos neuronales.
Según Carr: “La automatización altera la forma en que actuamos, aprendemos y lo que conocemos”. El cerebro es plástico, de ahí que existe en concepto de plasticidad neuronal, es decir que es posible que se construyan nuevos circuitos neuronales, mientras los viejos pueden cambiar, fortalecerse o acabarse. Cuando ciertas neuronas ya no son útiles, se reorganizan para realizar otras habilidades que si son necesarias, es decir, se adaptan a las actividades del cerebro. Lo grave ahí es que lo que experimentamos va configurando y regulando el vigor de estas conexiones.
- La Red nos vuelve superficiales.
Nuestras mentes están siendo reconfiguradas por la Red, nos las está moldeando a su imagen y semejanza: hábiles para ojear la información de forma superficial, sin concentración, para picar datos, sin concentración, contemplación y reflexión. Así es que dice Carr que el uso de los avances tecnológicos está provocando un déficit en nuestra capacidad de almacenar en la memoria y en el procesamiento de información. Todo este análisis se sostiene en el estudio de la historia de la humanidad, las impresiones personales e investigaciones psicológicas y neurobiológicas.
- Pensamiento en collage.
Muchos hemos sentido que las nuevas tecnologías están cambiando nuestras mentes. Digámonos la verdad, no nos concentramos como antes, nos distraemos y somos impacientes (¿qué me dicen cuando está lenta la señal de Internet?). Carr explica cómo en el nuevo contexto nuestros cerebros buscan obtener la información en la misma forma en que se ésta se distribuye. Así es que lo que ganó la humanidad gracias a la cultura de los libros -una forma lineal de pensamiento, calmada, concentrada y sin distracciones- está siendo sustituido por mentes que recogen y diseminan la información en estallidos cortos y descoordinados.
- Las herramientas de búsqueda fragmentan.
La forma de buscar la información en la Red genera un apego distinto, y provisional, del internauta por lo que lee. Las obras online están fragmentadas y pierden la concepción de conjunto. Todo esto además puesto que es tan vasta la información, los mares de información, que nos ahogamos en ellos. No logramos sobrevivir y apropiarnos de lo que queríamos como se hacía con los libros.
Asimismo, el hecho de que hoy encontremos los contenidos en diferentes formatos (texto, imágenes videos, audios, gráficos, interactivos) interrumpe la concentración, lo mismo que sucede con la simultaneidad de plataformas…
Pero qué les digo, más bien vayamos a las explicaciones. Va en serio, señores, yo digo que leamos los libros de Nicholas Carr, finalista del premio Pullitzer y best-seller en 2010. Quitemos por un sano rato los ojos de las pantallitas, aferre del mundo y fuerza de la autoestima, para escuchar este grito silencioso que nos está abriendo los ojos sobre el harakiri, o como diría mi papá: ¿Nos estamos haciendo trampa en el solitario?