Tengo que escribir el anuncio.
Todo está oscuro y en silencio. Apenas escucho a un grillo solitario que ‘canta’ tratando de hacer noche. He volteado el reloj hacia la pared para no pensar en él, para que no me vea fijamente y me grite su tic-tac, tic-tac,… No deseo escucharlo, me pone nervioso porque fabrica el tiempo que necesito y éste se esfuma en cada segundo. No lo puedo detener y tengo que escribir el anuncio.
A mi lado varias hojas hechas bolitas, varias más en el basurero. Decido hacerlo en la computadora, así no gasto, así reescribo sin temor a que Greenpeace me sancione. Frente a mí ya hay una hoja virtual en blanco y las yemas de mis dedos sobre el teclado esperando órdenes. No llegan. Reviso una vez más el perfil de mi buyer persona, su comportamiento, necesidades y motivaciones para desear el producto que debo anunciarle. La imagino, me pregunto una vez más ¿cómo le muevo la mente, cómo le toco el corazón?
Escribir un anuncio no lo tomo como un encargo, eso es para oficinistas, lo tomo como un compromiso, como un reto porque el anuncio debe ser efectivo, vender. He escrito muchos encabezados, muchísimos, algunos buenos, sin embargo sé que aún no tengo el que puede captar su atención, mover su mente y hacer que nazca en ella una emoción. Me sorprendo pensando en el tiempo, acallo esa idea, la rechazo y continúo imaginando frente a mí a ese ser al que tengo que escribirle.
El grillo ya no ‘canta’, ¿lloverá?
El encabezado está escrito. Ahora busco las primeras tres líneas con las que debe comenzar el texto. Dos, si es posible y mientras más breves, mejor.
Me pongo de pie, me preparo un café y salgo al jardín. Levanto la mirada al cielo, saludo a la luna llena, no se ven las estrellas, ni una musa desocupada, ni milagros en oferta.
El silencio me permite pensar. ¿Cómo se lo digo para que le llame la atención y sepa que mi producto le resuelve la vida, le ayuda? Parece que me voy a declarar a una chica, estoy nervioso y buscando las mejores palabras. Pienso en esa mujer, la imagino, me detengo, reprimo la idea, no hay tiempo para eso. Camino despacio hacia la casa, pensando. De pronto, surge la idea. Corro, casi se me cae el café, sigo corriendo, se cae el café. Tengo que llegar antes de que se escape la idea, la repito y repito en voz alta para que no se vaya. Llego, dejo la taza chorreando a un lado, me siento de golpe y se empiezan a mover mis dedos, las palabras ya se ven en la pantalla y forman las tres primeras líneas. Finalmente voy en la carretera de la comunicación a toda velocidad, no hay topes, obstáculos, comienzo a conversar con esa persona a la que le escribo el anuncio. Me entusiasmo.
Reviso cada una de las palabras, cada significado, cambio, edito, reviso, busco el sinónimo, edito aún más, reviso de nuevo, reescribo. Leo en voz alta, lo escucho bien, me gusta. Sólo falta la llamada a la acción, el call to action. “Eso lo pueden resolver dos tragos más de café”, me digo echándome porras y voy a rellenar la taza.
Termino. Ahora en la hoja en blanco del inicio está escrito el anuncio.
Estoy a punto de voltear el reloj para que me regrese a la realidad cuando un rayo de sol entra por la ventana y me Ilumina la cara. Dejó el reloj como está. Me pongo de pie y digo en voz alta: “Bueno, nada como un baño caliente para relajarme e ir a entregar el anuncio.”
Sin importar la hora, cuida a las palabras y ellas cuidarán de tu marca.
Gracias por leer. Hasta el próximo miércoles.