Desde que yo era niño (en los años 80 del siglo pasado) se solía discutir con ímpetu la necesidad de evitar que las costumbres yanquis invadiesen y aniquilasen nuestra tradición de Día de Muertos.
Recuerdo que de niño mi mamá organizaba fiestas de Halloween y no faltaba la madre de alguno de mis compañeros que viera con desdén el evento por tratarse de una costumbre extranjera.
Más de treinta años han pasado desde esa época y aún sigue la discusión; no obstante, podemos asegurar que la tradición de Día de Muertos ha logrado sobrevivir como sobrevivió al dominio español; por medio del sincretismo cultural, en el cual se han retomado cosas de una cultura y cosas de otra. En la actualidad, las casas mexicanas disfrazan a sus hijos para pedir calaverita, ponen ofrendas y comen pan de muerto.
Varias ofrendas incluyen calabazas que por su fisonomía son evidentemente reminiscentes del Jack-o’-lantern y los diferentes mercados tradicionales para la época venden lado con lado calaveritas de azúcar, flores de zempasuchil y disfraces de monstruos de moda, pero también vestimentas de catrina.
Mercadológicamente , hemos logrado explotar la coexistencia de las dos tradiciones; generando ahora “Fiestas de Día de Muertos” , desfiles al respecto y otras derivaciones que tienen evidentemente inspiración en varias de las estrategias que se emplean para la celebración de su primo anglosajón .
Así que yo propongo que celébrenos todo, primero el “Jalewín” el 31 de octubre y después el Día de Muertos el 2 de noviembre. Si para festejar por acá nos pintamos solos.