Para quienes nos dedicamos a las relaciones públicas nos resulta muy familiar que algunos de los clientes que con más frecuencia se acercan a solicitar nuestros servicios son los políticos. Los servidores públicos o los aspirantes a ocupar algún puesto en el estado no ignoran que una herramienta fundamental dentro de la política es el buen manejo de la imagen y las relaciones públicas. 

Ya sea para lograr una mayor aceptación e incrementar su posicionamiento ante los votantes o por otro, para blanquear su imagen poco favorecida en su pasado, más de un funcionario público echa mano de las bondades de las estrategias de relaciones públicas. 

A pesar de que esta disciplina es fundamental para diseñar la manera en que los políticos dirigen su comunicación hacia la ciudadanía, hacia otros políticos y hacia las instituciones, existen numerosos casos en los que una estrategia de RP resultará insuficiente por los antecedentes turbios y carentes de ética de algunos personajes.

Es en este tipo de situaciones en los que un buen publirrelacionista debe hacer que la ética prevalezca sobre todas las cosas. Cuando un personaje público acude a nosotros con el fin de que le practiquemos un blanqueamiento de imagen a como dé lugar, es nuestra responsabilidad evaluar si el actuar de éste personaje es digno de recibir nuestra ayuda.

Por desgracia, nuestra realidad nacional y nuestro pasado nos ha enseñado que, salvo honrosas excepciones, la clase política mexicana se encuentra notablemente desprestigiada, que la ética no es el fuerte de nuestros gobernantes y que la realidad es que una campaña de relaciones públicas, por sí sola, poco o nada va a favorecer para que la ciudadanía vuelva a confiar en aquel que jura que es diferente a los de su tipo.

La forma en que las relaciones públicas pueden tener un papel útil en la política dependerá de los objetivos que cada político plantee para que le sea diseñada una estrategia, así como de la manera de emplearla. Cuando el funcionario tiene un pasado honorable, propuestas de fondo, útiles, innovadoras, inclusivas y más cercanas a ayudar a la ciudadanía que a obtener su beneficio propio, es obligación de las relaciones públicas y sus profesionales el funcionar como herramienta infaltable en el noble propósito de perseguir el bien común.

Si por el contrario, el historial del prospecto es turbio y no se ha caracterizado por tener los valores dignos de un representante del pueblo, conviene pensarlo dos veces antes de atrevernos a ser parte de un maquiavélico juego político que buscaría utilizar la percepción de la gente y pretendería apostar por el olvido y la mala memora colectiva.

Como profesionales de la comunicación sabemos perfectamente que lo que cuenta es la percepción y por lo tanto, poseemos en el manejo del lenguaje una herramienta poderosísima, en nosotros está el utilizarla con buenos fines o hacer a un lado la ética y convertirnos en una suerte de abogados del diablo, o lo que es lo mismo, desde nuestra trinchera podemos poner nuestra pequeña aportación para que este país muestre un verdadero cambio o podemos ser cómplices para fomentar que todo siga igual. La decisión está en nosotros.