Hace mĆ”s de 2.500 aƱos que Sófocles nos dejó este legado: āEs tremendo tener una opinión y que la opinión sea falsa”. EsĀ terrible escuchar como alguien se dispone a manifestar una opinión y comprobar que Ć©sta carece de argumentos sólidos y coherentes que la respalden.
Tanto nuestra Carta Magna, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, dicen en sus respectivos artĆculos 20 y 19 que todos los hombres tienen derecho a manifestar de forma pĆŗblica o privada sus opiniones. Sobre lo que no hacen alusión, ninguno de los dos textos, es a la necesidad de que estas opiniones estĆ©n respaldadas por argumentos que ayuden a demostrar que lo que estamos diciendo se sustenta sobre algĆŗn tipo de verdad universal que hace que nuestra opinión sea vĆ”lida.
Para la RAE tampoco es importante que una opinión estĆ© avalada por argumentos. SegĆŗn esta institución, una opinión es un ājuicio o valoración que se forma una persona respecto de algo o de alguienā.
De esta forma, cualquier persona tiene el derecho a manifestar su opinión de la siguiente manera: āLas personas de raza negra son inferiores a las personas de raza blancaā, o, āLas mujeres deberĆan quedarse en casa limpiando y cuidando de su marido y de sus hijosā. TambiĆ©n estarĆamos hablando de una opinión si decimos: āLa Unión Europea traerĆ” la ruina a todos los paĆses miembrosā, o āEstados Unidos es el principal culpable del terrorismo islĆ”micoā.
En verdad estamos cansados de escuchar manifestaciones de este tipo., porque ya lo leemos en los textos constitucionales: todos tenemos derecho a opinar lo que nos dƩ la gana y sobre lo que nos dƩ la gana.
JosĆ© Saramago decĆa que: āLas palabras no son inocentes ni impunesā. AdemĆ”s este escritor nos recordaba tambiĆ©n que: āSi de las 84.000 palabras que tiene el castellano se usan nada mĆ”s que mil, es evidente que no sólo faltan las palabras, sino tambiĆ©n la capacidad para expresar sentimientos, ideas y opiniones”.
Y es que, efectivamente, nuestro idioma es lo suficientemente rico y extenso como para poder escoger otra palabra que sirva para hacer referencia a esas manifestaciones comunicativas que la RAE llama āopiniónā y a travĆ©s de las cuales las personas emitimos un ājuicio o valoración respecto de algo o de alguienā.
Emitir un juicio o valoración respecto a algo o alguien no deberĆa tener carĆ”cter de āopiniónā sino mĆ”s bien de āocurrenciaā. La RAE entiende por āOcurrenciaā la manifestación de una āidea inesperada, pensamiento, dicho agudo u original que ocurre a la imaginación.
Las ocurrencias son precisamente eso; cosas o pensamiento que se nos ocurren y los cuales manifestamos sin ningún pudor y sin ningún racionamiento lógico que verifique, o al menos logre dar veracidad, a lo que manifestamos a través de nuestras opiniones.
Dar el tratamiento de opinión a lo que realmente deberĆa dĆ”rsele tratamiento de ocurrencia implica que las personas no nos esforcemos en buscar argumentos lógicos y coherentes que nos ayuden a demostrar que lo que decimos tiene el mayor grado de certeza posible.
No estamos diciendo que las opiniones que manifestamos deban ser verdades demostrables empĆricamente. De eso ya se ocupa la ciencia. Pero sĆ es necesario que nos esforcemos en aprender y en estudiar lo necesario para saber, al menos, porque opinamos lo que opinamos.
Llamar āopiniónā a todas las āocurrenciasā que se nos pasan por la imaginación estĆ” anulando nuestra capacidad de argumentar y me atreverĆa a decir, que hasta estĆ” anulando nuestra capacidad de pensar.
Creo que el hecho de manifestar una opinión deberĆa llevar implĆcito una reflexión previa sobre lo que vamos a decir. Una reflexión que nos ayude a sustentar nuestra opinión sobre argumentos que, si bien, no pueden llegar a ser demostrables empĆricamente, sĆ puedan sostenerse sobre verdades, normas, creencias o valores aceptados por toda la humanidad.
Cuando nos comunicamos es importante tener esto en cuenta. A la hora de hablar con los otros, ya sea durante una conversación pública o privada, es importante manifestar nuestras opiniones de una forma argumentada y recordar que las opiniones no son verdades universales, aunque a nosotros, las nuestras, nos lo parezcan y asà lo manifestemos al hablar.
No es lo mismo decir: āYo sĆ© que todos los bomberos eligen esa profesión porque sólo trabajan 3 dĆas por semanaā que decir: āYo creo que todos los bomberos eligen esa profesión porque sólo trabajan 3 dĆas a la semana. Eso es, al menos, los datos que publicaba ayer un periódico, en el que una encuesta decĆa que 3 de cada 5 bomberos reconocen elegir su profesión porque sólo trabajan 3 dĆas por semanaā.
No es lo mismo decir: āEstoy convencido de que los paĆses subdesarrollados siempre van a seguir existiendoā, que decir: āEs posible que los paĆses subdesarrollados vayan a seguir existiendo siempre. Existen varias teorĆas económicas, polĆticas y sociales que aseguran que los paĆses subdesarrollados deben seguir existiendo para que el planeta logre un equilibrio en su abastecimientoā.
Ni el verbo āsaberā significa lo mismo que el verbo ācreerā, ni āestar convencidoā es lo mismo que āser posibleā: āsaber y estar convencidoā son palabras que demuestran pocas posibilidades de diĆ”logo y es muy probable que quienes las usen al manifestar una opinión no estĆ©n dispuestos a aceptar la opinión de los otros, a menos que coincida con la suya.
AdemĆ”s, existe otro principio en comunicación que es importante tener en cuenta cuando de manifestar nuestra opinión se trata. Existen determinados verbos y palabras que nos ayudan a manifestar nuestras opiniones de una forma asertiva. Conviene, por ejemplo, comenzar a expresar nuestra opinión empleando fórmulas lingüĆsticas como esta: āEsto que voy a decir es una opinión y en ningĆŗn caso pretendo imponer mi idea sobre la tuyaā, o āmi experiencia me dice que este asunto deberĆa tratarse asĆ, si bien es cierto que es posible que existan otros caminos para resolverloā.
Ya hemos dicho que las opiniones no son verdades absolutas, en cuanto a que no se pueden demostrar empĆricamente. En realidad, muchas de nuestras opiniones son fruto de nuestras experiencias, de los valores que nos han inculcado y del conocimiento al que hemos tenido acceso.
De ahà que tengamos la posibilidad de poder cambiar de opinión, respecto a un determinado tema, en función de las nuevas experiencias que vivimos, o de una revisión de valores que llevemos a cabo o de los nuevos conocimiento que hayamos adquirido.
Cambiar de opinión no significa que no tengamos las cosas claras. Significa que nos estamos dando el derecho de dudar y de cuestionarnos determinadas cosas que hasta el momento tenĆamos como ciertas. Cambiar de opinión es muchas veces un sĆntoma de crecimiento personal y un indicio de evolución.
Cuando en un acto de comunicación reconocemos ante el otro que estamos dispuestos a reconsiderar nuestra opinión sobre un tema, estamos demostrando nuestra fortaleza y estamos demostrando que la seguridad en nosotros mismos no depende de lograr tener siempre la razón, sino que depende de acercarnos, cada vez mÔs, a la verdad de las cosas.
SĆ©neca decĆa: āSi os sujetĆ”is a la naturaleza, nunca serĆ©is pobres; si os sujetĆ”is a la opinión, nunca serĆ©is ricosā.