
La calidad del aire en América Latina enfrenta una serie de retos debido a varios factores, como la creciente urbanización, la industrialización y la falta de políticas públicas eficaces en muchas regiones.
La contaminación del aire, especialmente la concentración de partículas en suspensión menores a 2,5 micras (PM2,5), es uno de los problemas ambientales más graves en la región, con un impacto directo en la salud de millones de personas.
Según el informe anual de calidad del aire de IQAir, solo un pequeño grupo de países a nivel mundial alcanza los estándares establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en cuanto a la concentración de PM2,5.
En América Latina, Costa Rica se destaca como el país con los mejores resultados en 2024, con una concentración promedio de 7 µg/m3, ligeramente por encima del límite recomendado. Este resultado refleja un esfuerzo por mejorar la calidad del aire, aunque sigue habiendo margen de mejora.
A nivel local, la situación es variada. De las principales ciudades latinoamericanas, la Ciudad de Panamá se destaca por reportar una concentración de PM2,5 de 4,3 µg/m3, un resultado dentro de los parámetros saludables según la OMS. Sin embargo, las ciudades más grandes de la región enfrentan problemas más serios.
Como era de esperarse, la Ciudad de México, con una concentración de 19,5 µg/m3, y São Paulo, con 15,9 µg/m3, se encuentran lejos de los estándares internacionales, lo que resalta la necesidad urgente de abordar la contaminación en estos grandes centros urbanos.
A pesar de que las cifras son preocupantes, es importante ponerlas en perspectiva. Comparadas con las ciudades asiáticas, donde las concentraciones de PM2,5 superan los 100 µg/m3 en algunas ciudades como Nueva Delhi, las ciudades latinoamericanas aún presentan niveles relativamente más bajos. Sin embargo, esto no resta gravedad al problema, ya que los efectos de la contaminación del aire, como enfermedades respiratorias y cardiovasculares, son una amenaza constante para la salud pública en la región.
La situación exige no solo una mayor concientización sobre los riesgos que representa la mala calidad del aire, sino también políticas más agresivas para mitigar la contaminación, como la promoción de fuentes de energía limpias, la mejora del transporte público y la regulación más estricta de las industrias. El desafío es claro: mejorar la calidad del aire es fundamental para garantizar un futuro más saludable y sostenible para las generaciones venideras.
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