
El Papa Francisco no solo fue el primer pontifice latinoamericano. Fue, para muchos, la voz que por primera vez hizo que América Latina se sintiera representada en los pasillos milenarios del Vaticano. Tras su fallecimiento el pasado lunes 21 de abril, la región no solo despide a un líder religioso, sino a un símbolo de cercanía, humildad y esperanza.
Durante más de una década, Jorge Mario Bergoglio habló desde Roma como si lo hiciera desde cualquier plaza de Buenos Aires, Medellín o Ciudad de México. Su estilo sencillo y su discurso directo conectaron con millones de fieles que vieron en él algo más que un pontífice: vieron a un hombre del pueblo.
Aunque su popularidad fue variando con los años según investigaciones del Pew Research, países como Argentina y Chile registraron caídas notables en su aprobación entre 2013 y 2024, esa estadística no borra el vínculo emocional que construyó con una región acostumbrada a ver la fe desde lo cotidiano, desde lo cercano, desde lo humano.
Argentina, su tierra natal, reflejó este afecto incluso con la caída del respaldo. En 2024, tres de cada cuatro católicos aún expresaban una imagen positiva de Francisco, una cifra significativa considerando la polarización que ha acompañado a muchas figuras públicas en los últimos años. Mientras que Chile fue el país donde más se resintió su imagen, todavía un 64% mantenía una opinión favorable.
Hoy, mientras el Vaticano prepara su funeral y los cardenales se reúnen para elegir a su sucesor, en América Latina la conversación gira en torno a lo que deja Francisco más allá de su rol institucional.
Con su partida, América Latina no solo pierde a un líder espiritual, sino a un símbolo de representación histórica. Su huella no se mide en encuestas, sino en la forma en que logró que millones se sintieran escuchados, vistos y acompañados desde lo más alto de la Iglesia.
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