Uno de mis amigos, que se define como “malo para el whatsapp”, me decía que lo que más le irrita del invento del chat en el teléfono es que uno tiene que estar disponible 24/7 y entran mensajes cuando uno está sentado en el inodoro, dormido y en cualquier instante de la vida. Dice que es como que ya no tiene privacidad, que ya no tiene momentos de escape, de esos en que NADIE sabe dónde está y es imposible encontrarlo.
Me acordaba yo de él al saber que en Francia la empresa de seguros Axa firmó, desde enero de este año, un convenio colectivo que reconoce el derecho que tienen los trabajadores a no responder correos electrónicos, chats o llamadas fuera de su jornada laboral. Ese bendito derecho, que ahorita al menos se pone sobre el papel, es a la desconexión digital. Así las cosas, la ´digitalidad´ no cierra puertas, no pone límites horarios, no clasifica espacios y momentos, y pareciera que tuviera que atravesarnos de forma transversal aunque no lo queramos así.
En pocas palabras es el derecho al descanso que fue abruptamente usurpado por la movilidad de los dispositivos y la permanente conexión. Un ejemplo que ojalá muchas otras compañías sigan, así como muchos amigos, novios, amantes, ligues (jajaja no es cierto, o quizás sí.). Es apenas necesario que existan tiempos de la vida en que uno no está para nada ni para nadie, sea porque vamos a dormir, o simplemente a echarnos en el sillón a mirar para el techo. Nada más necesario para la salud mental que esos inútiles vistazos al techo.
Ya sé, apenas se trata de pasos milimétricos, pero lo que vale la pena resaltar es que nos estamos dando cuenta –muy poco a poco- que la vida y responsabilidades digitales nos pueden estar asfixiando, despersonalizando, agotando, estresando, invadiendo, coartando, presionando y, ciertamente, quitando tiempo para cosas que sí valen la pena.
¡Voto por más instantes inútiles mirando hacia el techo!