Por Camila González
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@GFCam
Tengo la sensación de que nos creemos más libres que nunca en esta era digital, o mejor, ahora que la mayoría de los ámbitos de nuestras vidas se mueven en la “digitalidad”. Actuamos como si sólo nosotros y nuestras pequeñas pantallas supiéramos quienes somos, con quién chateamos, qué fotos enviamos, qué nos interesa e inquieta. Como si las pequeñas pantallas, extensión de nuestros dedos, ya fueran parte de nuestra piel.
Pero lo cierto es que no es así. Nadie, ni nuestra misma conciencia, sabe tanto de cada uno de nosotros como el Gran Google, nombre con el que englobo a todos los buscadores. Así como me refiero con cierta sátira a Papá Facebook, ahora le diré Gran Google al personaje que más nos conoce. Pues sí, sabe desde qué lugares buscamos en los mapas, qué no sabemos y qué sí, hasta de esas búsquedas secretas que hacemos de curiosos o de pervertidos. Lo sabe todo.
Como siempre digo, qué miedo. Tenemos encima, permanentemente, el ojo de un Big Brother (como el de Orwell) que asumimos callado y buen confidente con nuestros secretos, pero no olvidemos que ese ojo observador es el del mercado, ese que quiere saber qué vendernos, cómo y cuándo hacerlo. Ese es el negocio de los grandes buscadores, aunque creamos que están ahí para darnos el gusto de buscar cosas y ya. Aunque creamos que la luna es de queso.
Está claro que buscadores viven de las marcas que, a su vez, buscan segmentar el mercado y llegarnos más directamente. La noticia que me alivia el alma tiene que ver con nuevas herramientas, como por ejemplo My Activity, a través de las cuales podemos borrar parte o todo nuestro historial para que no le entreguen nuestra información completa a las marcas, así no más. Podemos adueñarnos de lo que somos, en la virtualidad, y administrar en cierta forma esa información. Por fortuna.
Lo que creo es que debemos hacer conciencia de este punto. No podemos ir por las vías digitales ingenuamente pensando que todos las plataformas simplemente están a nuestro servicio. Nada es gratis, nada. Toda la maravilla de la digitalidad sobrevive gracias a una hostil dinámica mercantil que cada día nos tiene más en la mira y que hoy, con certeza, podría saber de usted hasta lo que usted negaría.