Pensar cuántas horas invertimos de nuestra vida dentro de un espacio de colaboración conocido como oficina, conlleva en darnos cuenta que seguramente pasamos más de una tercera parte de nuestro día con personas con las cuales no compartimos carga genética y muy probablemente impactan más en nuestra vida que aquella que conocemos como “familia”.
Desde mi muy personal punto de vista, (esperando no ofender los conceptos o esquemas aprendidos), la familia es realmente el grupo de personas que uno selecciona en los diferentes ambientes o etapas del desarrollo de nuestra vida, logrando incluso una intimidad (y no me refiero al doble sentido del cual somos habidos los mexicanos), tan profunda que permite, además del acompañamiento, nuestra evolución, desarrollo, madurez y equilibrio, tanto en lo profesional (social), psicológico (o espiritual) e incluso el biológico al ser parte de los estímulos por “estar bien”.
Con las personas que nos vinculamos íntimamente existe una reciprocidad, pueden ser temas como estilos de vida, sociales, recreativos, comportamientos, culturales, emocionales entre otros, los cuales identificamos y fomentamos a lo largo de días o incluso años, si bien son multiples los lazos que nos unen hay uno muy sutil y muy frágil, casi imperceptible denominado “alteridad”, (concepto que tuve el gusto de ser trasferido por la Dra. Anabell Pagaza) en donde el conocer y reconocer a la persona con una postura de respeto no juzgando sus ideas, pensamientos, creencias gustos o peor aún prejuzgar.
En ocasiones las faltas o imprudencias de la familia de sangre se dan por alto o se toleran, “total, es la familia y siempre se debe estar ahí” siendo permisibles las faltas y en ocasiones siendo cómplice de esos círculos viciosos, no creo que el hecho de compartir genes obligue el aceptar las agresiones físicas o emocionales, o incluso que el amor o cariño se de espontáneamente sin haberlo fomentado.
Al iniciar vínculos con gustos o intereses recíprocos con personas que nunca hemos contactado o concurrido, existe cierta frecuencia e intensidad en el gusto por coincidir y “hacer explotar” lo que seguramente nos apasiona y nos identifica con el otro, y probablemente, si existe una filosofía “ganar-ganar” los resultados serán enriquecedores.
¿Qué interviene en la creación de una familia laboral?
Si nuestra profesión nos apasiona y no la consideramos “trabajo”, vemos a la diversidad como riqueza, la alteridad como valor, la asertividad como comunicación y el ganar-ganar como activo de colaboración permanente, probablemente no solo nos divertiremos en cada interacción con esas personas que estamos vinculando, sino también estaremos fomentando una familia incondicional que estará presente en las diversas etapas de nuestro desarrollo, incluso no solo en lo laboral.
Dicha familia laboral conlleva a la creación de equipos de alto desempeño, impactando incluso a otros departamentos, estimulando la colaboración interdisciplinaria, las ideas disruptivas y el marketing asimétrico.
Los compromisos originados por las personas del equipo con esta postura son tan fuertes que pueden adjudicarse contratos psicológicos orientados a cumplir en beneficio de todos los integrantes, disfrutando del esfuerzo y del aprendizaje generado así como de los éxitos y también de esos descubrimientos en caso no cumplir el objetivo en tiempo o forma.
La escuela de la relación “empleado-empleador” solo fomentaba la individualidad, el egocentrismo, la competitividad insana “yo gano tu pierdes”, la discriminación, “el que va a saber del tema”, el poder por jerarquía “aquí mando yo”, la tiranía, las emociones no importaban “entrando al trabajo tu problemas personales se quedan fuera, aquí vienes a trabajar”, los monólogos “escucha lo que tienes que hacer”, no fomentando la creatividad ni la innovación, toda vez que el empleado era solo un número en la nómina.
Si nos damos cuenta que en nosotros está el tomar la decisión de una actitud de empleado o de integrante de un equipo de alto desempeño (o lo que llamo familia laboral), nos estaremos enfrentando a cambiar de hábitos culturales y dejar de ver el trabajo con la connotación negativa que algunos refieren.
Tenemos un pretexto ideal para cambiar la postura en la cual vemos a quien está al lado de nosotros, permanecemos seguramente más de ocho horas en la oficina o en la escuela, entonces démonos la oportunidad de conocer al que está al lado sin juicios ni prejuicios, es otra persona que seguramente podrá compartirnos, cada segundo se aprende algo nuevo, dejemos el hábito de ver al otro como empleado o como número y veámoslo como persona, quien sabe y ese desconocido quizá sea el futuro integrante de la familia, literal.