Los mercadólogos de la política en México están de manera obtusa en la lucha por el reposicionamiento de los candidatos en el proceso electoral 2018.
En materia de marketing político todos los estrategas están conscientes de que sus candidatos en 2018 requieren urgentemente una estrategia de reposicionamiento. El “reposicionamiento”, como bien sabemos, consiste en cambiar la posición del político en la mente del posible elector. El problema es que parece que no han encontrado la forma de hacerlo creíble.
En nombre de la verdad se han construido muchas mentiras
El gran reto de esos estrategas es que tienen que lidiar y vivir con la mentira. Y esto nos lo explicamos desde la reflexión filosófica de “El Alétheia” (“Verdad”), es el concepto filosófico que se refiere a la sinceridad de los hechos y la realidad. Literalmente la palabra significa ‘aquello que no está oculto, aquello que es evidente’, lo que ‘es verdadero’. Es por esto por lo que la verdad no es un tema de la política.
La pregunta que motiva esta colaboración es: ¿Los estrategas del marketing político y las autoridades, léase el Instituto Nacional Electoral, que desean mayor participación de la población y de los millones de jóvenes que votarán por primera vez, están utilizando lenguaje y mensajes políticos electorales armoniosos, creíbles?, en principio cada quién tiene su respuesta.
La forma en que nos informamos y comunicamos es a través de diversos medios de comunicación físicos, presenciales o digitales, éstos nos muestran su realidad, su verdad. Y todo aquello que no parece en los medios es como si no existiera. Hoy el problema es que no parece que haya más realidad que la que muestran los medios, no podemos saber si un hecho es verídico, porque depende de la opinión de quien te lo explica.
Relato de una noche de sorpresa, 31 de diciembre del 2017
Esa noche buscando en la radio de manera tradicional alguna estación que nos acompañara en esos últimos 10 segundos para así llegar al conteo de las 12 campanadas, éstas a su vez acompañadas de 12 uvas nos dejó frustrados, ya que lo único que sintonizábamos estación tras estación era un rosario de propaganda política de todos y cada uno de los partidos políticos en su camino a las elecciones presidenciales 2018, no tuvimos más remedio que apagar la radio.
Que desagradable y frustrante momento nos ofreció dicha experiencia, supimos que era la medianoche por el estallido de los fuegos artificiales que alumbraban nuestro comedor, esos petardos que de manera tradicional revientan una vez sonadas las 12 campanadas, anunciando a la población la llegada del año nuevo.
Estas bellas figuras formadas al estallido de los cohetones provenían de las diversas iglesias que existen alrededor de la zona dónde estábamos festejando y desde el zócalo de la población dónde despedimos el año viejo y dimos la bienvenida al nuevo año 2018.
Varios pensamientos cruzaron por mi mente en cuanto al año que llegaba en ese momento y lo que podría depararnos, e iba ingiriendo una a una las habituales 12 uvas. Traía en mente preparados algunos compromisos o deseos para 2018, pero había otras situaciones que taladraban mi sentimiento y pensamiento mismos que comparto en esta colaboración y que están relacionados con el momento político electoral 2018.
La desconexión de los políticos con la gente
En primer lugar, hice una breve reflexión de la experiencia vivida con la radio y la sarta de propaganda, avalada por el Instituto Nacional Electoral (INE) de los diversos partidos (PRI, Frente Ciudadano, Morena, Movimiento Ciudadano) un anuncio político electoral tras otro, sin dejar espacio a las tradicionales campanadas. Esto es reflejo de la desconexión y falta de imaginación y creatividad de sus estrategas.
Por otro lado, también imagine a esas personas, ciudadanos del pueblo, que estaban lanzando sus cohetones, seguramente desconectados de la radio, de la tecnología digital y de los mensajes políticos, con la esperanza, al igual que cada uno de nosotros, deseando 2018 sea un mejor año.
Las campañas políticas, las acciones electoreras y el lenguaje
La experiencia relatada de esa noche del 31 de diciembre de 2017 me trajo a la mente el nombre de los precandidatos a la presidencia incluidos los independientes, y reflexioné lo que estábamos viviendo en sus campañas, desde la lucha por el destape, el destape mismo y la avalancha de información y esto apenas con unos cuantos días de haber dado inicio; fui repasando uno a uno de estos personajes y lo único que llegó a mi pensamiento fueron duros términos: vulgarización de las expresiones, pérdida de sustancia retórica, mentira, todo esto en un país rebasado por la corrupción, impunidad y cinismo.
Estas ideas no son obra de la casualidad o de ese instante que viví, están ligadas a una preocupación generalizada por entender este momento que vive un mundo saturado por las llamadas “fake news” o “noticias falsas”, una nueva expresión para una vieja costumbre, ahora sazonadas con la inmediatez, intensidad y facilidad de la tecnología digital, esto en un contexto del ocaso de los valores esenciales de una honesta y humana convivencia.
Para entender lo anterior he estado leyendo un excelente libro relacionado con este momento de desmerito del lenguaje político, se titula Sin Palabras ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política? Escrito por el presidente y consejero delegado del The New York Times, Mark Thompson.
El argumento de este libro se refiere a que “Las tendencias negativas que emanan de un conjunto de fuerzas políticas, culturales, tecnológicas interconectadas; unas fuerzas que van más allá de cualquier particular ideología, grupo de interés o situación política nacional”.
Y Thompson continúa diciendo: “Un lenguaje sano une al pueblo y a los dirigentes políticos y, precisamente porque logra atraer al debate a los ciudadanos de a pie, y conduce en última instancia a unas mejores decisiones políticas con un apoyo más amplio. Pero cuando el lenguaje político pierde su poder para explicar e implicar, pone en peligro el vínculo más general entre el pueblo y los políticos. Termina Thompson este párrafo con una aseveración “Creo que ése es el proceso que se está produciendo en nuestras democracias hoy día”.
La falacia del candidato ciudadano
En su reciente libro “Sin palabras”, Mark Thompson relata cómo en las últimas décadas los cambios políticos, sociales y tecnológicos han alterado de forma dramática la manera en que abordamos y discutimos las cuestiones que nos afectan a todos. Gran esfuerzo tendrán que hacer los mercadólogos y sus clientes candidatos políticos para lograr entrar en un debate de altura riguroso y honesto, en esta era del vértigo informativo y noticias las 24×7 los 365 días del año.
Ninguno de los candidatos de los principales partidos en la política mexicana, así como de los probables independientes, se salva de la necesidad de establecer estrategias de reposicionamiento, y la fuerza motora principal estará para todos en hacernos creer que su candidato es un ciudadano tan sencillo como la gente. Ahí radicará la manipulación del reposicionamiento de estos candidatos.
¿Y por quién voto?
Esa noche del 31 de diciembre de 2017, después del desaguisado radiofónico, se sentó a mi lado un joven de 18 años y me comentó, este año será mi primera vez, pero ¿por quién voto?, amigo lector ¿tú que hubieras contestado?, hay millones de jóvenes que este año podrían o deberían votar, aludiendo a tu sinceridad ante un miembro muy importante de tu familia ¿cuál sería tu respuesta?
En mi caso la repuesta fue: En una democracia como la que intentamos preservar en México la única opción para los jóvenes es enaltecer su responsabilidad de votar, tomar con seriedad esta acción, y como los presocráticos hacerse preguntas, observar y volver hacerse preguntas. Que indaguen, que duden, que cuestionen, que analicen y tomen su decisión.
Como decía Merlí el personaje de una serie de Netflix a sus jóvenes estudiantes, historia que se desarrolla en la región de Cataluña y que podría aplicar a cualquier lugar del mundo; “Luchen contra el poder idiotizador, hay que estar atentos a lo que puede pasar, estamos gobernados por una bola de ineptos, incultos y sociópatas del poder… y lo peor de todo es que la gente les cree”.
“No les crean duden de todo lo que digan cualquier imbécil encorbatado detrás de una tarima o una mesa de despacho; háganse preguntas”. Y al final de la escena uno de los alumnos de Merlí preguntaba tajantemente. ¿Un político inteligente tendrá futuro entre tantos imbéciles con derecho a votar? Cualquier parecido con nuestra realidad es mera casualidad.