La televisión es un personaje estático, bullicioso, sordo y hasta escandaloso en ocasiones, que hace las delicias de muchos niños. Significa también para ellos un descanso y reposo del mundo adulto. Sin embargo, hay quienes le dejan la responsabilidad de educarlos y hasta de dirigir sus dudas, gustos, inquietudes y curiosidades.
Muchos otorgan al televisor la tarea de acercar y dar acceso al niño al mundo exterior. Sin embargo, la exposición excesiva tanto a la TV como a las tantas pantallas que hoy forman parte de nuestra cotidianidad, provoca en los niños una adicción. Así como hay adultos con adicción a las pantallas, los niños también pueden desarrollar esta práctica que la experta en lenguaje y desarrollo infantil Tamara Chubarovsky denomina coloquialmente como “Síndrome del Niño Apantallado”
Aunque todavía no está enmarcada dentro del listado de enfermedades psiquiátricas, la adicción a las pantallas es cada vez mayor, tanto en adultos como en niños. Pero son estos últimos sobre los que debe prestarse una especial atención ya que, aunque el elemento “facilitador” de la tecnología es indiscutible, su uso descontrolado puede mermar seriamente sus capacidades creativas, sociales y cognitivas, repercutiendo todo ello en su futuro más próximo.
El sentimiento paterno de inevitable culpa es directamente proporcional al tamaño de la pantalla del televisor. Este “maravilloso aparato” es usado con frecuencia para compensar la ausencia paterna, por lo que se le ha dado por llamar “la nana electrónica”.
El aumento vertiginoso del tiempo que los niños pasan expuestos a la tecnología diariamente es un hecho que, más allá de ser constatado por numerosos estudios y especialistas, se puede percibir en la mayoría de los hogares. Además, la actual pandemia y sus respectivos periodos de confinamiento han hecho que esta tendencia se agudice. Y es que no es de extrañar que, hoy por hoy, convivan el mismo número de personas que pantallas encendidas, ya sean estas de teléfono celular, tablet, televisión, PC o videoconsola.
Algunas de las señales de alerta que trae el uso prolongado de la tecnología es cuando los niños dejan de interactuar con las personas cercanas, reducen el uso del lenguaje, enfocan su atención en el dispositivo o disminuyen la cantidad de actividades al aire libre.
Entre las consecuencias que provoca el síndrome de niño apantallado son las afectaciones en su capacidad de imaginar, retraso del desarrollo del lenguaje, problemas para dormir y cambios en las posturas naturales.
Más allá de los consabidos problemas de sedentarismo, aislamiento social o falta de concentración, la adicción a las pantallas afecta seriamente la capacidad creativa y expresiva de los niños. Dicho de otro modo, la ausencia de imaginación dificulta tanto su capacidad para generar imágenes mentales como sus capacidades comunicativas y de desarrollo del lenguaje. Todo ello desemboca irremediablemente en un mayor aburrimiento, apatía y necesidad de consumo exterior.
Para evitar esto, Tamara Chubarovsky apuesta por una correcta selección de imágenes y por aprovechar los enormes beneficios que aporta un instrumento tan divulgativo e infantil como son los cuentos, narrados en directo por los adultos de referencia: maestros y familiares.
Para reducir el tiempo de exposición de los niños a las pantallas, los expertos recomiendan a los padres implantar las siguientes medidas: Sustituirlo con juegos atractivos al aire libre, en donde puedan echar a andar la imaginación; narrar cuentos; apoyarse con títeres o disfraces y cuestionarlos; inventar juegos con objetos al alcance; por ejemplo, usar ollas como instrumentos musicales o hacer experimentos con materiales sencillos que no sean tóxicos; así como vigilar que tomen descansos cada 20 minutos y que parpadeen para evitar irritaciones en los ojos. Se recomienda ayudar a los niños a ajustar bien su pantalla (debe de estar de 45 a 70 cm de sus ojos), Iluminar la habitación con luz natural y usar una almohada de apoyo lumbar para que mantengan una postura adecuada. Los niños menores de dos años no deben ver la televisión ni jugar con pantallas, según las primeras pautas para niños menores de cinco años publicadas por la Organización Mundial de la Salud.