El 90 por ciento de las personas reconocen tener alguna dificultad a la hora de expresarse verbalmente.
Ya sea a través de una charla informal, ya sea a través de un diálogo formal, de un debate en el que participemos o de una charla que impartamos, todos tenemos la necesidad y la responsabilidad de conocer y manejar cierta reglas básicas que deben existir a la hora de comunicarnos de forma oral.
Tengo el placer de estar preparando las clases de retórica que serán impartidas a alumnos del segundo curso de la carrera de Publicidad de una de las universidades más prestigiosas de España.
La finalidad de esta asignatura no es sólo aportar a los estudiantes los conocimientos teóricos sobre el arte de la retórica que nos aportaron importantes filósofos griegos hace más de 2.500 años. La verdadera finalidad y el principal objetivo que perseguimos con la implantación de esta asignatura es dotar a los jóvenes de una herramienta básica y fundamental para su desarrollo personal y profesional.
No hay que olvidar que durante siglos, la retórica se constituyó como una asignatura básica en el ámbito académico y que todo hombre o mujer que se preciase debía dominar el arte de hablar en público y de expresarse de forma oral con corrección. Desgraciadamente hace siglos también que en nuestros sistemas educativos no se tiene en cuenta dicha disciplina. De ahí que, cada vez más, nuestros estudiantes de primaria y no digamos los de secundaria, tengan problemas para expresarse.
Saber comunicarnos a través de la palabra oral es fundamental para cualquier ámbito de la vida y de nuestra mayor o menor capacidad para hacerlo dependerá muchos de los éxitos o fracasos que obtengamos. Es crucial, por lo tanto, que todas las personas dediquemos un tiempo a estudiar y practicar las nociones básicas que influyen en el hecho de que cualquier acto comunicativo oral sea llevado a cabo con éxito y nos ayude a lograr nuestras metas.
Pero, ¡Por qué es tan importante aprender a expresarnos mediante la palabra oral correctamente?. La respuesta la tenemos en la máxima de que cada vez que abrimos la boca para comunicarnos con nuestro entorno estamos también contribuyendo a cambiar nuestro mundo y el mundo que nos rodea. Absolutamente todo lo que decimos tiene un efecto en nuestra audiencia y en nosotros mismos, ya que no olvidemos que somos lo que hacemos, pero también somos lo que decimos.
Por otro lado es vital que antes de comenzar a hablar, sea en el contexto que sea, llevemos a cabo un pequeño acto de reflexión que nos ayude a pasar por lo que Sócrates llamaba los tres filtros de la comunicación oral.
El primer filtro tiene que ver con saber si lo que vas a decir es verdad o no es verdad. Debemos aprender a comunicarnos desde la verdad de los hechos y expresar sólo aquellas cuestiones que sepamos con la máxima certeza posible que son verdad.
El segundo filtro por el que deberíamos pasar todo aquello de lo que hablamos es el filtro de la Bondad; antes de hablar debemos pensar si lo que vamos a decir va a contribuir al bien común o por el contrario nuestro mensaje no aporta ningún bien ni a la sociedad en general ni a nuestro interlocutor o auditorio en particular.
Por último, el tercer filtro al que debemos someter nuestro mensaje hablado es el filtro de la Necesidad; ¿realmente es necesario y aporta valor nuestro mensaje?, o simplemente se trata de un “chascarrillo” que en lugar de sumar puede llegar a restar a las personas que lo reciben?
Un proverbio árabe nos recuerda lo recomendable que es “contar hasta 10 antes de hablar”. No se necesita más tiempo para preguntarnos a nosotros mismos si lo que vamos a decir es verdadero, es bondadoso y el necesario.
Otra de las grandes aportaciones sobre nuestra correcta o incorrecta forma de hablar y de comunicarnos oralmente nos llega de la mano del gran Aristóteles; a este filósofo le debemos la sistematización de la retórica y el desarrollo de los recursos que a día de hoy se enseñan en todos los cursos de comunicación oral.
Aristóteles hablaba de las habilidades que toda persona debía trabajar para llegar a ser un buen comunicador; entre ellas destaca la naturalidad, la claridad y la exactitud.
Respecto a la naturalidad, Aristóteles defendía la necesidad de comunicarnos desde una perspectiva humilde, que no nos aleje demasiado de quienes realmente somos. La naturalidad aporta credibilidad a nuestro mensaje y nos permite mostrarnos cercanos a nuestros interlocutores.
Por su parte la claridad nos permite aportar en nuestra comunicación oral la información justa y necesaria para que nuestro mensaje llegue con pulcritud a nuestro público y logremos nuestro objetivo; debemos huir de aportar en nuestro mensaje oral datos innecesarios y debemos incluir, por el contrario, aquella información que sea vital para la correcta comprensión de nuestro mensaje.
Por último, trabajar nuestra habilidad para lograr la Exactitud de nuestro mensaje implica un acto de verificación y de comprobación que nos permita demostrar que aquello que estamos diciendo se ajusta a la realidad de los hechos.
Hace más de 2.500 años que los hombres más sabios nos dejaron un legado con las recomendaciones que todas las personas deberíamos seguir para lograr una comunicación oral eficaz. Acceder a este conocimiento para después ponerlo en práctica, debería ser una responsabilidad básica de nuestras escuelas. Sin duda lograríamos tener niños más felices, jóvenes más preparados y adultos más competentes.