Por Camila González
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@GFCam
Suena como algo usual, pero es terrible. A Facebook le decimos todo: lo que comemos, lo que sentimos, lo que hacemos, pues sí, hasta lo que pensamos como el mismo Papá Facebook nos lo pregunta diariamente. Estamos definitivamente embrujados por los muros y la dinámica robótica de ser cada día más interesantes y más queridos por las manos invisibles que producen los necesarios likes.
Parece sin importancia, pero ya la organización de Papá Facebook tiene hasta un departamento que está atento a saber cuando alguno de sus miles de millones de usuarios se quiere suicidar. Tal cual, Compassion es una sub área específica dentro de otra que se llama Social Good, que vigila quien da a entender en sus publicaciones que está en peligro o que ya no quiere seguir vivo.
Es tal lo absortos que nos tiene la red que es nuestra primera confidente cuando vamos a anunciar incluso que ya nos vamos a pegar un tiro. ¡Qué soledad tan bárbara estamos viviendo! Horas y horas estamos pegados a la pantalla enterándonos de las más irrelevantes cosas de las vidas de los otros y es allí mismo donde muchos publican sus gritos de dolor y de auxilio. ¿Dónde más? ¿En el chat a alguien más? ¿Dónde está el otro? ¿Dónde está el otro de carne y hueso?
La respuesta es: en Facebook. Ahí estamos todos. Pero no está nadie. Al final de cuentas unos ejecutivos de Mark Zuckerberg trabajan para detectar si estamos bien o si quizás nos queremos quitar la vida. La Matrix en todo su esplendor. ¡Qué miedo! El experimento de un talentoso geek de Harvard ahora le pone la vida de millones en sus manos. Impensable.
Seguro que Papá Facebook ha podido prevenir muchos suicidios, eso sugieren los involucrados en esta área cuando hablan de su labor en los medios de comunicación. Pues qué bueno. Lo grave es que no nos demos cuenta que hay parte de nosotros que también se están muriendo gracias a la hipnosis que produce Facebook.
Está muriendo la intimidad de guardarse para uno mismo cierta información. A nadie le importa que comemos, por ejemplo. Ahora toda la información parece relevante, y no es así. Sin ánimo de ofender a los que ponen en sus muros cosas como: “hoy desayuné huevos con jamón”. Hemos perdido la capacidad de leer libros. Hemos perdido la capacidad de hacer una cita para darnos un abrazo. Hemos perdido la capacidad de no decirle todo a un muro virtual. De callar. De guardarnos cosas para nosotros mismos. Hemos perdido.
Nos observan, siempre nos observan. Y ahí estamos, conectados como burros. ¿Hacia dónde vamos?