Pasó ya poco más de un mes desde que nuestro empleado Enrique Peña Nieto escribió en Financial Times su columna Our reform programme will build a better future for Mexico (Nuestro programa de reformas construirá un mejor futuro para México).

En ella confirmaba la consolidación de once reformas, de las cuales seis compartían el objetivo común de incrementar la productividad y competitividad de México. Y abría su texto con la osada frase: “La agenda de Reformas de México está completa”.

El texto seguía con impresionantes números y estadísticas, sobre educación, petróleo, trabajo, impuestos, inversión, la Banca, y cerraba con la aseveración que en futuros meses se implementarían las políticas necesarias para ejecutar esas reformas, y proveer a la población de una mejor calidad de vida. “Juntos estamos construyendo un nuevo México”, era su frase final.

El artículo fue comentado por analistas, criticado por otros. Tanto en México como en los EUA. Incluso hubo alabanzas como la del Economist, quien llamó a las reformas y al gobierno de EPN “radical” y benévolamente concedió al país parte del crédito por lo obtenido, no sólo un logro del presidente.

Esto me llevó a pensar en los diferentes niveles de realidad que vivimos. Siguiendo con México como ejemplo, uno sería ese que escribió EPN en su columna, progresivo y valiente, comprometido y con un futuro alentador. Contra otra realidad que escucho de diferentes personas, en diferentes estados del país y de distintos niveles socio-económicos y culturales; de un México dolido, resentido, estancado. Además de las realidades en medios nacionales, o (quizá peor) en las redes sociales.

Todas estas y más, realidades segmentadas. Subjetivas, responden a determinados intereses, inválidos si buscamos una visión cruda y actual del México contemporáneo. Claro, en cierta medida estas múltiples realidades y los medios que la retratan sirven lo sé, de parámetro, pero ninguna es la verdad absoluta (como en ocasiones así se asume).

No me malinterpreten, no creo en el presidente ni en “sus reformas”, pero lejos estoy de culparlo por la situación del país. No creo se esté construyendo un “nuevo México”, porque no creo que exista ni el gobierno ni la población adecuada para ello. La poca fe que le tengo al sistema partidista, a la “democracia”, al gobierno y a EPN; es la misma que le tengo a la ciudadanía: creo que México tiene el gobierno que se merece.

Por ello espero y quiero creer lógicamente algo de las reformas funcionará, aunque pienso había otras prioritarias, (no para mí, sino para el futuro del país). Tampoco coincido con las televisoras y sus burdos intereses, intentos ridículos e infantiles por equilibrar el sentir común; pero soy capaz de entender que la Televisión no es el infierno, ni Televisa el diablo, pues todos sus televidentes tienen criterio y capacidad de elección. No soporto tampoco las constantes quejas estáticas que diario veo en redes sociales, pero reconozco el valor y utilidad de incontables denuncias (ojo, hay una amplia diferencia entre quejarse y denunciar) pese a lo elitistas y limitadas que son las redes sociales en México todavía.

En concreto no hay nada enteramente malo ni culpable, como no lo hay benévolo al 100% ni una solución universal para nuestro país. Esto pienso, no me hace sentir menor enojo contra el presidente, ni contra muchos de sus ciudadanos; y al respecto, cada uno de ustedes tendrá su opinión al respecto, no escribo para convencer a nadie.

Sin embargo, sí creí importante hacer mención de las quizá ya incontables realidades presentes, y el que la cantidad sea mayor cada vez. Corremos el riesgo de juzgar con mayor dureza y menor conocimiento constante y progresivamente. El panorama se nos reduce y el mismo efecto que lo causa nos exige la misma severidad y velocidad para condenar. Seamos cautos, y más que nunca curiosos de oír más, leer, preguntar, re-pensar.