Correr fue para mí aquello que se encuentra dentro de un gabinete con una puerta de cristal, que tiene sobre ella la leyenda “rómpase en caso de emergencia”. Correr me salvo la vida, alejándome de dinámicas y hábitos negativos que ponían en riesgo mi salud física, mental y emocional, eventos que me hacían sufrir.
Comencé a correr a un ritmo cómodo. Quienes me iniciaron en este deporte me recomendaban correr a un ritmo que me permitiera platicar con las personas con las que compartía mis sesiones. En aquellos inicios, el reloj solamente era utilizado por mí como una herramienta para medir el tiempo que pasaba corriendo y no para comparar los minutos con la distancia recorrida traducido en velocidad. Me detenía cuando la comodidad desaparecía o el dolor se presentaba.
Después de años de correr todo tipo de distancias, me atrevo a concluir (con enorme riesgo de equivocarme): 1. Que en las distancias largas se sufre. 2. Que a mayor velocidad mayor incomodidad.
El pasado fin de semana tuve la gran oportunidad de enfrentarme una vez más al reto de intentar concluir satisfactoriamente un maratón. Previo al evento, suelo planear una estrategia de ritmo, hidratación y alimentación que me permita concluir el evento en el mejor estado físico posible y en el menor tiempo. Una vez más, sufrí una caída de ritmo hacia el último cuarto de la competencia que me provocó llegar a la meta aproximadamente 9 minutos después de lo planeado.
Cuando corro un maratón encuentro emociones, sonrisas, dolor, orgullo y mucho sufrimiento. Durante ellos, por lapsos me encontrado corriendo por encima de la velocidad planeada, con largos periodos de apego al ritmo que la estrategia dictó y en algunas otras ocasiones, tenido episodios de dolor que me han llevado a disminuir mi velocidad al grado de no poder recuperarla; la causa se encuentra en mayor medida en la ausencia de una preparación adecuada.
Existen muchísimos corredores que logran mantener el ritmo desde la línea de salida hasta la de meta, registrando muy pequeñas e insignificantes diferencias, o incluso logrando segundas partes más rápidas que las primeras; me atrevo a asegurar que ellos también se sienten incómodos y también atraviesan sufrimiento.
El maratón brinda una extraordinaria satisfacción en el corredor y en las personas que lo rodean. El precio de ello está en el sufrimiento que por momentos se vive, tanto en el entrenamiento como en la carrera. Un sufrimiento que vale la pena y que forja al corredor para enfrentar todo tipo de carreras, en el deporte y en las demás facetas de la vida. Un sufrimiento completamente distinto al que viví, antes de comenzar a correr.