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Carlos Andrés Mendiola

El storytelling como estrategia de branding en “Luis Miguel: La Serie”

Las cartas están sobre la mesa en “Luis Miguel: La Serie”. Con su temporada final, el show “rompe” la barrera entre la ficción y la realidad.

Las cartas están sobre la mesa en “Luis Miguel: La Serie”.

Con su temporada final, la tercera, el show “rompe” la barrera entre la ficción y la realidad al autoreferirse, explicando su razón de ser: limpiar la imagen del cantante. Es claro que lo ha conseguido en gran nivel, sobre todo, en la primera, mostrándolo como una víctima de su padre, colocando de nuevo en las listas de popularidad con varios de sus clásicos y haciéndolo una figura vigente para las nuevas generaciones. En la segunda temporada se puso en entredicho mucho de lo expuesto. La conclusión recupera y deja la pregunta de qué tanto el conjunto ha cumplido con su cometido.

Grosso modo, la primera temporada de “Luis Miguel” se ocupó de narrar de sus inicios a su liberación profesional de su padre. La segunda abordó sus años de excesos y la relación con su hija, Michelle Salas. La tercera, al igual que las anteriores, juega con los tiempos (un recurso utilizado para generar suspenso, pero también para enmascarar ciertos hoyos narrativos) y alterna en gran medida entre dos momentos de crisis: los 90’s a manos de Patricio Cruz (personaje ficticio que representa a varios managers, pero se presume se basa principalmente en Mauricio Abaroa), representante que lo estafara, y finales de los década pasada, sin una disquera, con poca confianza de empresarios, tras varios conciertos cancelados, y una deuda enorme que estuvo a punto de llevarlo a prisión. Ese paralelismo tiene un objetivo, mostrar cómo aún en los peores momentos, Luis Miguel ha renacido.

El recorrido que hace Luis Miguel en la serie es claramente un viaje del héroe donde recibe el llamado de la música, siendo empujado por las situaciones y su padre (uno de los capítulos finales de la tercera temporada explica cómo se descubre que canta y, más aún, que tiene “duende”), luego un largo periodo de iniciación, en el mundo “desconocido” de la industria musical y el medio del espectáculo, para finalmente tener un regreso que, según se plantea en la serie es justamente el momento actual. La serie incluso reconcilia al cantante con su padre, de quién dice: “no fue una buena persona, tampoco les puedo decir que fue un buen esposo y, mucho menos, un buen padre”, pero “fue el primero en creer en mí… me dio lo único que tengo: la música”. Y eso es clave.

En el proceso de crear una marca a través de una historia, con la serie, Luis Miguel se apropia de la narrativa, dejando de lado lo que otros han dicho, en libros, programas y demás medios sobre él. Sí, no todo lo que se muestra en la serie es real, los mismos créditos indican que es una recreación ficticia, pero de muchos de ellos, los que le interesan o convienen, hay ya una versión oficial; otros se quedan guardados (“De Araceli no se habla”, dice en algún momento en referencia a la actriz Araceli Arámbula, madre de dos de sus hijos) y a otros se le suma misterio (quiénes tuvieron romances, por ejemplo, muchos no se mencionan y otros, como el que tuvo con una integrante de un grupo musical quedan ambiguos).

Una historia, enfocada en el branding, debe dejar claro qué se hace (cantar), cómo se hace (profesional, comprometida y auténticamente) y porqué se hace (es lo único que tiene, lo único que sabe hacer, su vida y para lo que tiene “duende”). La serie celebra lo que lo hace único y, muy importante, sin restarle del todo a la leyenda, crea una conexión emocional.

De Luis Miguel sea dicho que no es cercano a sus fanáticos y es muy probable que siga sin serlo, pero la serie ya ha explicado porqué. Le ha dado cara a los “villanos” en su vida y, más aún, aunque quizás no se ha hablado suficiente sobre ello, lo ha mostrado como su propio villano, al ser incapaz de expresar y conectar emocionalmente con otros. No obstante, ha hecho lo que todo producto biográfico debe hacer y más aún uno, como éste, mostrar la genialidad, la unicidad, en lo humano. La serie lo deja haciendo eso, lo que lo distingue, lo que todo el mundo disfruta de él: cantar (“La bikina”, por cierto, lo que no es al azar, pues “solitaria camina… dicen que tiene una pena… no conocer el amor”). Al hacerlo, cierra en una nota alta, mostrando a El Sol brilllar, pero dejando en el aire qué es lo que sigue, cuándo y cómo volverá al firmamento. Sólo entonces el rebranding podrá constatar, fuera de la ficción, que lo que se ha dicho es cierto, que el héroe ha regresado fortalecido.

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