Al asumir las riendas de poder ejecutivo, la presidente se erigió como responsable de la gestión diaria del Estado, encargada de concebir y ejecutar leyes y políticas que tienen que ser aplicadas, así como representar a la nación en sus relaciones diplomáticas. La investidura presidencial involucra también el hecho de que la persona investida, desde ese momento, es la voz del gobierno mexicano. Esto es, los dichos y hechos durante la gestión gubernamental no son ya sólo de la persona física, sino también de la institución presidencial, cargo que se asume durante las 24 horas de su mandato. Este es un hecho insoslayable. Lo que diga o haga Claudia Sheimbaum durante su mandato será atribuible a la presidente de la república, así lo haga en el plano personal.
Lo que diga la presidente puede cambiar una vida, un proceso político, el clima económico y, desde luego, la conversación pública, la jerarquía de los temas de la prensa, así como generar opinión favorable o negativa de cualquier tópico que aborde.
Asimismo, la persona física (Claudia) traslada automáticamente sus antecedentes personales a la institución presidencial. Esto es lo que Justo Villafañe, considerado el padre de la teoría reputacional, denominó transferencia reputacional.
La nueva presidente ha sido activista, opositora, líder estudiantil, vocera electoral, funcionaria capitalina, alcaldesa, jefa del Gobierno capitalino y candidata presidencial, además de académica. Sin embargo, la voz de esa trayectoria permanece en ella. Aunque sus posturas personales permanezcan, debe pensar dos veces lo que exprese en público, dado que sus dichos, indefectiblemente, se atribuyen a la presidente de la República. El peso de lo que diga, así sea algo expresado en el pasado, es ahora muy distinto. Sus dichos tienen una trascendencia que antes no tenían, pues se decían al margen de la investidura presidencial.
Un individuo puede hacer o decir lo que le parezca siempre y cuando no tenga una investidura. El cargo de Presidente de la República es una encomienda de 356 días y 24 horas durante los seis años que dura el mandato constitucional, le guste o no a quien lo ocupe. En ese lapso todo lo que haga o diga la persona con tal investidura será atribuido a la presidente de la República, no a Claudia, por lo cual cada acto o dicho afecta potencialmente a la institución presidencial.
La nueva presidente tomó la decisión de continuar con el desgastante ejercicio de exponerse diariamente a las peticiones de información de los medios informativos. Esta nueva forma de gobernar o de mantenerse en contacto con la gente fue desarrollada por su antecesor, quien tenía otras características como orador y otras tablas para enfrentar el embate de los medios, que solía atenuar con la presencia de periodistas a modo en sus conferencias matutinas.
Otro aspecto a considerar es si el destinar varias horas al día del valioso tiempo presidencial se justifican, en función de las prioridades del cargo. Las conferencias matutinas pueden ser rentables en términos de propaganda, pero tal vez no tanto si se trata de evaluar la agenda presidencial. Hoy, más que nunca, el país demanda eficiencia en la gestión gubernamental.
Además del riesgo de caer en dislates por la excesiva exposición pública, la misma también involucra el eventual desgaste de la imagen, con todos los riesgos que ello implica. También puede provocar las declaraciones irreflexivas, cuyas consecuencias pueden tener trascendencia más allá de las fronteras del país.
Los especialistas en comunicación corporativa solemos recomendar la dosificación de las apariciones públicas de los dirigentes de empresas e instituciones, con el fin de evitar el desgaste de su imagen y los riesgos de una exposición pública frecuente, los cuales también ponen en vulnerabilidad la reputación de las organizaciones que encabezan. Ojalá lo haya valorado suficientemente la nueva presidente.