Las reglas del juego eran muy claras, los participantes no podíamos utilizar ningún recurso de apoyo más que nuestra mente y nuestra voz; ningún tipo de proyección, ninguna guía escrita en papel y, por supuesto, “ningún creativo acordeón”. El espacio solamente tenía lugar para el escenario, el podium, el micrófono y el valiente o arriesgado participante que se enfrentaba a un público en vivo de, aproximadamente, 300 personas, más cámaras de TV. ¡Suerte que en esos años aún no existían los smartphones ni las redes sociales!
Pasé a la final después de 2 rondas, aunque había practicado mi discurso ante amigos, familiares y mi espejo, los reflectores y las miradas intimidantes de un jurado y de un público mayor y más diverso al que yo estaba acostumbrada, sumados a la presión de competidores que tenían una preparación superior en esta disciplina y muchísimos porristas en el auditorio, lograron que esa tarde viviera una mala experiencia: a la mitad de mi speech, se bloqueó mi mente, se me olvidó de tajo lo que estaba diciendo; me mantuve en silencio durante casi 15 segundos (que dentro de mí se sentían eternos). Lo tomé con calma y pude, después de esa pausa, retomar el mensaje.
Claramente, no recibí ninguna medalla, pero gané una anécdota de la que me sigo riendo y, sobre todo, aprendí que el tema de hablar en público no es del todo fácil.
Existe el término glosofobia que se refiere al miedo y, para muchas personas, fobia de hablar en público. Estudios de la Mayo Clinic, indican que esta condición afecta a más del 75% de la población. Aseveran que “algunas personas pueden sentir un pequeño nerviosismo ante la sola idea de hablar en público, mientras que otras pueden experimentar pánico”.
La realidad es que hablar en público no es una tarea exclusiva de políticos y artistas famosos. El mundo corporativo, la industria de la mercadotecnia y las ventas, entre muchas otras, exigen habilidades en esta materia.
El Dr. Guillermo Fouce dice que, “si se va a hablar delante de mucha gente, es normal que se tenga cierto nivel de activación física y emocional como palpitaciones, rubor, sudoración, temblor; lo contrario también sería un problema”.
Esto nos permite reflexionar que sentir nervios es normal e incluso es bueno si logramos captar esa emoción y convertirla en energía que nos permita expresarnos de una manera más auténtica e impactante. El reto es no exagerar y, por supuesto, reducir al máximo el riesgo de llegar al pánico, ya que este tiene la fuerza de paralizar a cualquiera.
Para ello algunas recomendaciones que funcionan son:
- Conoce bien del tema sobre el que vas a hablar.
- En estos tiempos, se vale decidir el formato de la presentación: con o sin podio. El podium sigue siendo válido, no todos los voceros están hechos para caminar en el escenario, esa es una decisión completamente personal.
- Aprovecha los recursos visuales de apoyo, en pantallas de preferencia, para evitar a toda costa leer papeles.
- Planea y organízate con anticipación.
- Practica en voz alta, con un cronómetro y de frente a un espejo, “sigue siendo una excelente opción”.
- Revisa los detalles técnicos para que te sientas cómoda/o en los espacios desde donde hablarás.
- Llega por lo menos 20 minutos antes de tu ponencia, ya sea virtual o presencial.
- Fija tu mirada en un punto específico y evita ver al piso, al techo y a las paredes.
Por último, respira antes y durante tu presentación, eso ayudará a que te relajes y, si te equivocas, no salgas corriendo, simplemente sigue adelante.