El expresidente Barack Obama estuvo de nuevo en la Casa Blanca. Fue recibido con aplausos y caras de admiración entre los asistentes al evento que conmemoraba el doceavo aniversario de su plan de salud y de sus compañeros demócratas que ahora dirigen el rumbo de los Estados Unidos, Biden y Harris.
Su participación ante el micrófono fue como siempre, emotiva, directa y con un par de bromas que arrancaron los aplausos espontáneos de quien estaba ahí. Su retórica es asombrosa y siempre sus mensajes llevan un valor agregado.
Su comunicación política es siempre muy asertiva, pues sabe que el público está compuesto por la ciudadanía y no por los políticos. Ese es su primer acierto.
Si pasamos lista en el aula de los líderes que dirigen los destinos de las naciones, nos daríamos cuenta de lo mucho que nos hacen falta personalidades como las de Barack y Angela Merkel en Alemania. Sus valores familiares, su visión para construir un mundo mejor, su carisma y liderazgo se extrañan, y mucho.
Hoy pasamos por una incertidumbre global ante las decisiones de personajes como Putin que inició una guerra injusta que ya afecta al mundo entero. Aquí está un claro ejemplo de que los intereses personales no deben estar por encima del beneficio general.
¿Con acciones como las de Vladimir Putin, el mundo puede hablar de esperanza?
La respuesta es sí, pues son más los gobernantes que se apuestan por el correcto uso del poder, conocedores de que tienen un tiempo y un espacio para dejar su legado y luego, como dice el concepto democrático, deben irse para dejar a un relevo electo por el ciudadano-elector, que haga mejores cosas.
Los especialistas en liderazgo lo dividen en tres tipos. El natural, el democrático y el impuesto con base en la fuerza. Lo deseable es que las naciones fueran dirigidas por aquellos que saben que gobernar es servir a los que votaron por ellos, pero también a los que no lo hicieron. Esto es así y no se entiende de otra forma.
En consecuencia, los ciudadanos desean perfiles de gobernantes que desarrollen sus políticas públicas bajo un liderazgo natural, y de esto Obama, Merkel y Trudeau, saben bastante.
En el mundo de la antigüedad, Sócrates y Aristóteles pensaban que los destinos de un pueblo debían ser conducidos por los filósofos, personajes de la época, que estaban en el encuadre de los sabios y que sabían tomar las mejores decisiones.
Los filósofos transmitían sus conocimientos en las ágoras con base en una forma racional, crítica y especulativa de reflexión que permitía al ser humano pensar sobre su propia existencia y del universo que lo rodea, haciendo de lo anterior un balance perfecto.
Es por esto, que la aparición de un líder con las características de Obama en la Casa Blanca, lugar que dirigió del 2008 al 2016, provoca esa nostalgia y admiración por los políticos centrados en servir y construir.
Al final de cada periodo gubernamental, en cualquier país, lo que importa son los resultados en favor de la ciudadanía; los mejores recuerdos de un líder siempre serán por aquellos programas que a los ciudadanos les ayuden a vivir mejor y no por recibir sólo un discurso polarizante y confuso.
Barack Obama, un rockstar de la política.
Nos encontraremos más adelante.