Este sábado fue mi cumpleaños, como parte del festejo, vivimos un fin de semana en el Vive Latino, el festival de música más importante en latinoamerica. Al hablar con amigos y mi familia, salió una reflexión interesante:
El Foro Sol ya no existe. Ahora es el Estadio GNP. El Camp Nou se convirtió en el Spotify Camp Nou. Y el sagrado Estadio Azteca pronto será el Estadio Banorte. ¿Nos acostumbramos a este juego de cambiar los nombres o, en el fondo, sentimos que nos están arrebatando algo?
En un mundo donde la nostalgia es un activo y las experiencias valen más que los productos, las marcas han encontrado una nueva estrategia: apropiarse de nuestra historia para meterse en nuestra cabeza. Lo que alguna vez fueron símbolos culturales, ahora son anuncios gigantes que no se pueden saltar. Y, por más que duela aceptarlo, está funcionando.
El fin de los nombres icónicos: ¿una evolución o un borrado de identidad?
Las marcas han entendido algo que muchos estrategas olvidaron: la gente quiere experiencias, no pantallas. Durante años, nos vendieron la idea de que el mundo digital era el futuro absoluto, que todo sería remoto y que las experiencias físicas serían secundarias. Pero la realidad es que la pandemia no nos convirtió en avatares, sino en seres humanos con hambre de conexión real. Y aquí es donde entra la jugada maestra del branding: dejar de vender anuncios y empezar a tatuarse en nuestra memoria colectiva.
El caso de los estadios es un reflejo de cómo las marcas están abandonando las estrategias tradicionales para convertirse en parte de nuestra cultura. Ya no basta con que veamos un comercial; ahora quieren que cada vez que hablemos de fútbol, conciertos o eventos, su nombre sea parte de la conversación. No es lo mismo decir “Voy al Foro Sol” que decir “Voy al Estadio GNP”. Suena forzado, suena raro… pero, eventualmente, se vuelve normal. Y cuando eso pasa, la marca gana.
El poder de las experiencias reales sobre lo digital
Las marcas se dieron cuenta de algo que pocos supieron leer a tiempo: la era digital no reemplazó la interacción humana, solo la complementó. Después de meses de Zoom, e-commerce y realidad aumentada, la gente quiere salir, tocar, gritar y vivir. La pantalla ya no es suficiente.
Por eso, en lugar de gastar millones en anuncios que la gente ignora en YouTube o en banners que pasamos de largo en Instagram, las marcas han decidido estar donde la acción ocurre. En el estadio, en el concierto, en el evento. No solo quieren que los veas, quieren que los sientas. Que cuando recuerdes el mejor concierto de tu vida, recuerdes su nombre. Que cuando tu equipo gane el campeonato, su logo esté en la foto de la celebración. Eso, más que cualquier comercial, es la publicidad que nunca se borra.
¿Nos están robando la nostalgia o solo evolucionamos?
Claro, la primera reacción es resistencia. Nos aferramos a los nombres con los que crecimos porque representan algo más grande que una marca. Pero la realidad es que esto no es nuevo. Pasó con el cine, con la música, con los medios. Ahora está pasando con los espacios físicos. Y aunque duela, eventualmente nos acostumbraremos.
La verdadera pregunta no es si esto es bueno o malo. La pregunta es: ¿qué marca entenderá mejor este cambio y lo convertirá en una experiencia auténtica, en lugar de solo un ejercicio de branding forzado?
Porque si algo es seguro, es que las marcas no van a dejar de comprarse nuestra historia. Lo que sí podemos elegir, es cuáles de ellas realmente se la ganan.