Actualmente aquejan a los medios informativos, simultáneamente, tres crisis: la productiva, la económica y la de identidad. Entre los factores que han propiciado este complicado escenario para el periodismo está, indudablemente, la aparición de los medios digitales. Hay quienes ven en ella herencias ambivalentes.
Algunos editores de periódicos culpan a Internet de los problemas que aquejan a los medios tradicionales, mientras que otros están convencidos de que no existe otra vía mejor de progreso que estar online. Los intentos para remediarlo, como intensificar la difusión por vía de la distribución, hacer versiones digitales gratuitas o asumir la plena convergencia mediática resultan cuestionables. La realidad es que vivimos en un mundo digitalizado en el cual nadie quiere pagar por la información, que ahora es gratuita. La blogosfera y las redes sociales han puesto en jaque la noción misma del oficio periodístico.
Durante los últimos 150 años la información ha sido una mercancía generada y distribuida por medios de comunicación y periodistas que han vivido de ella, como cualquier otro sector valorado por la sociedad. Pero ese modelo de negocio se ha colapsado ahora que todo circula en redes sociales y cada persona se ha convertido en informador y opinador del mundo real.
Por otro lado, existe una indudable brecha generacional entre dos grupos lectores (online y offline) marcado por la superación o no de los cincuenta años. Los mayores apuestan todavía por el papel impreso, los jóvenes por la pantalla electrónica; unos van a los puestos de periódicos, otros a Internet. El público nativo digital es el que marca la dirección. El otro, el de los mayores, irá desapareciendo solo. Hoy, estás en la Red o no existes. La comunicación digital llegó para quedarse. Los impresos desaparecerán gradualmente. El profesional de los medios tiene que educar a su audiencia en el uso de las nuevas tecnologías. Debe conseguir que sus lectores lo citen, lo recomienden, le corrijan, le ofrezcan links en sus sites, le valoren, le enriquezcan con sus comentarios, le chateen, le comenten, le aporten datos y experiencias, le mantengan vivo y presente en sus referencias de las redes sociales. Si no lo consigue, entonces ese periodista está muerto. Su producto debe ser interactivo y pluri mediático.
Por si lo anterior no bastara, el inicio del siglo XXI ha sido llamado “la era de la gratuidad de la información”. No puede pretenderse que el lector pague, si lo que se le está dando es un sencillo copy paste de las agencias lo mismo que puede leer gratis en cualquier otro medio digital. Para poder animar al lector a que pague por acceder a un medio, hay que ofertar un valor agregado como opinión autorizada, especificidad, documentación, amplitud, nivel… algo que aporte verdadera riqueza a la información. De otro modo, es imposible pretender que el lector pague. Sólo se atreverá a plantearse cobrarlo quien aporte un contenido singular, específico, valioso, último, puntero, avanzado, nuevo, único. En resumen, un verdadero periodismo digital, interactivo, con hemeroteca, just in time, convergente, multi mediático, moderno, a domicilio, personalizado.
Estamos ante un gran cambio: se abre una nueva época para el periodismo. La industria de la prensa escrita vive asustada con la amenaza de Internet, temor que se acentúa con la crisis económica provocada por la pandemia del COVID-19. Ya se ha visto cómo la televisión no mató ni al cine, ni a la radio, ni, por supuesto, al libro. Todos llevan años conviviendo en armonía. La pregunta es si el periódico impreso podrá vivir con la información en Internet. El mercado de la información periodística se encuentra inmerso en un hondo proceso de transformación. La simbiosis mediática solamente podrá lograrse mediante la ayuda y participación de las audiencias, que son las nuevas generadoras, enriquecedoras y transmisoras de la información.
La prensa tiene futuro, pero será sólo uno de los múltiples canales para llegar a las audiencias. La gran riqueza actual de los medios es su audiencia. El gran reto a alcanzar es lograr la plena sintonía entre el informador y sus receptores, manteniendo un contacto directo y constante entre el periodista y su público, entre la audiencia y el medio, ofertando información personalizada. Distribución, complementariedad, calidad, gratuidad y convergencia mediática constituyen algunas de las claves estratégicas que habrán de ser seguidos por aquellos empresarios de la información que pretendan situarse en primera línea de un mercado cada vez más complejo y competido.