Etiquetados como un país carente de filosofía de emprendimiento, sin embargo de un tiempo a la fecha escuchamos en las escuelas frases como: taller de innovación, sala de emprendimiento y las especializaciones recurrentemente tienen que ver con estos conceptos que además están cobijados en una atmósfera de globalización, este fortunio con el que aparentemente contamos nos pone al alcance de la mano una sobre exposición de casos de éxito en los cuales las narrativas mayormente se centraron en el individuo y producto y en cómo estos han salido de la caja o han roto el molde, de este modo se ha ejemplificado el camino o la ruta del éxito.
Tal vez sea al momento de provocar un cambio de paradigma en el ambiente educativo y empresarial dejando un poco a la deriva el navío e izando velas de tal modo que las habilidades blandas del hombre, logren comerle terreno a las llamadas habilidades duras, esta coyuntura mundial abrió espacios que virtualmente yacían opacos a la mirada del emprendurismo, ya que centrados en lo no renovable del tiempo y la optimización de recursos nos volcamos a una idea eficientoide de las cosas.
Este remanso podría brindarnos una perspectiva que pareciera ausentarse en las naves impulsadas sobre rieles supersónicos, aprovechemos esta tranquilidad mandatoria y obliguémonos al más puro rigor Aristotélico dando un viraje hacia la elección y cerrando el paso al afán del deseo, y a través de este ejercicio traspolarnos del éxito materialista al concepto de sabiduría del estagirita.
La brillantez de nuestro país ha sido impulsada por dínamos solitarios, cegarnos a lo evidente de nuestra cultura y a lo que yo describo como ingeniosismo mexicano es como si drenáramos la identidad durante el día y reflexionáramos dormidos cada noche, atrevámonos a reflexionar con el sombrero puesto pero despiertos.