Al hablar de creatividad, es muy común caer en el mal uso del término. Verás, al ser una de las habilidades más valoradas en cualquier ámbito del mundo profesional es prácticamente imposible encontrar a alguien que no se autodefina como la “personificación viviente” de esta habilidad en su máximo nivel, convirtiéndola así en un simple término genérico que prácticamente todo el mundo ofrece.
Para mí, auto-definirse como alguien “creativo” equivale hoy en día a quien menciona en una entrevista que habla 100% inglés, o a quien se promociona por redes sociales como un “experto” en tal o cual tema. Simplemente, estamos llenos de ese tipo gente experta, de creativos y de gente que habla mejor inglés que “los propios nativos”.
Por otro lado, es cierto que como habilidad que es, la creatividad se puede desarrollar y es común en todas las personas en diferentes grados y con diferentes cualidades. Considerando que la creatividad (como atributo humano) es una cualidad total, es más fácil “digerirla” si se subdivide en diferentes clases o tipos según su área de aplicación. Por ejemplo, una persona muy creativa en el ámbito empresarial, no necesariamente será igual de creativa en el ámbito psicológico. Tampoco necesitas el mismo tipo de herramientas creativas para resolver problemas que para generar ideas.
Si bien, hoy día existe una infinidad de cursos, técnicas y herramientas para desarrollar cualquiera de las facetas de la creatividad, es esencial considerar la creatividad (en su conjunto) como una habilidad personal enormemente moldeable y personalizable, según lo requiramos.
Más allá de cualquier curso y/o desarrollo de herramientas de la creatividad, considero que, de manera personal, podemos trabajar en dos hábitos principales que, al desarrollarlos, pueden influir de forma positiva y determinante en cualquier “tipo de creatividad” que necesitemos. No importa si lo que quieres es resolver problemas o generar ideas frescas, abarcando un entorno profesional o personal, desde un punto de vista material o psicológico, desarrollando estos dos hábitos se puede mejorar, de fondo, nuestra capacidad creativa:
Nutre tu capacidad de asombro
La capacidad de asombro es una cualidad que se suele desgastarse con el paso del tiempo. Observa el asombro de un bebé cuando abre una puerta por primera vez, o de un niño cuando maneja por primera vez un vehículo de radiocontrol. Son esa clase de momentos en los que genuinamente nos abrumamos y nos consumimos en la actividad que nos produce el asombro. Sin embargo, con el paso del tiempo, sucede que las cosas que ya conocemos dejan de asombrar y cada vez, puede resultar más difícil que algo nos “mueva” de manera significativa. Si no me crees, ve una escena de una película de acción de los años 90 y compárala con una película reciente. Te darás cuenta que cada vez los límites llegan más alto y que hay menos espacio de atención para las cosas que consideramos comunes.
Nutrir la capacidad de asombro no implica ir a buscar experiencias más extremas, sino por el contrario, regresar a las cosas básicas y buscar en estas algo de que asombrarnos. Como ejemplo podemos poner a un Ingeniero con el teléfono que utiliza todos los días y le produce CERO asombro. Si se fija con más detenimiento y analiza todo lo implicado en ese aparato, hay más de 1000 cosas de que asombrarse, los circuitos, los chips, la nano-tecnología, el sistema operativo, la programación, etc. Así que ir de afuera hacia adentro, nos permite volver a conectar con esa capacidad que tenemos de asombrarnos y ver “más color en el color”. En tu entorno hay miles y miles de cosas de que asombrarse, solamente se requiere que conectes para recobrar esa capacidad.
Desarrolla tu curiosidad
El asombro no puede existir sin un sentimiento profundo de curiosidad. La curiosidad es esa habilidad que precede y potencia al asombro. Las mentes más brillantes, los inventores más reconocidos, los científicos más destacados siempre se han dejado llevar por su curiosidad. En un mundo tan ocupado como el actual, en el que tenemos que estar resolviendo a “quema-ropa” las situaciones que surgen, es súper importante concedernos un espacio de nuestro tiempo para ser curiosos. Es al conectar con la curiosidad que las posibilidades se multiplican y al llegar al asombro que la creatividad se hace presente.
Así que ir para potenciar la creatividad hay que “saber ir más allá de lo evidente”, dejando de dar las cosas por sentado. Cuando somos capaces de conectar con este tipo de conducta, adoptamos un estado de percepción aumentada de la realidad y es donde la creatividad fluye mucho mejor, sin importar el ámbito en el que nos movamos.
Recuerda que esto no es una receta de “cocina”. No se trata de aprender los pasos y “almacenarlos” en algún lugar del cerebro, sino por el contrario son dos hábitos que hay que aprender a integrar en nuestro día a día para hacerlos nuestros y realmente disfrutar de los beneficios que pueden generarnos. Te invito a que participes en este espacio y sigas la conversación en @carlosluer. ¡Nos seguimos leyendo por aquí!