En un país donde la cifra de niñas, niños y adolescentes desaparecidos supera los 112,579 desde que se tiene registro, cada historia que concluye con un reencuentro es un pequeño milagro logrado a contracorriente.
Tal fue el caso reciente de una periodista en la Ciudad de México, quien vivió en carne propia el terror de buscar a su hijo desaparecido durante horas, sin el respaldo inmediato de las autoridades que, en vez de movilizarse para encontrarlo, la condenaron a pasar más de ocho horas en trámites burocráticos inútiles.
No sorprende: en México, hasta el 14 de marzo de 2025, 17,349 menores permanecían desaparecidos o no localizados. Más alarmante aún, uno de cada cien niños localizados ha sido hallado sin vida, según datos de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM).
Frente a este escenario, cada hora cuenta, cada minuto puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Sin embargo, la respuesta estatal sigue atada a la inercia, a la indolencia y a la pesada maquinaria de la burocracia.
Afortunadamente, en este caso, no fueron las instituciones públicas las que salvaron el día, sino la solidaridad ciudadana y el poder de los medios de comunicación. Compañeros periodistas, organizaciones de la sociedad civil y miembros de la comunidad judía en la capital mexicana se movilizaron de inmediato: compartieron fotografías, difundieron información y activaron redes de búsqueda que lograron lo que el aparato gubernamental fue incapaz de hacer. Gracias a ellos, la solidaridad volvió a formar parte de nuestras vidas y gracias a Dios hoy el niño está en su casa, a salvo.
En la era digital, los medios de comunicación no solo informan: forman opinión, movilizan y salvan vidas. Según un estudio del Pew Research Center, el 62% de los adultos en el mundo afirma que los medios de comunicación tienen una gran influencia en la manera en que se perciben los temas políticos y sociales.
Además, un informe de Reuters Institute de 2024 revela que el 75% de las personas en América Latina considera que las redes sociales y los medios digitales han cambiado significativamente su forma de entender los problemas públicos y de tomar decisiones cívicas.
La rapidez con la que la información circula hoy permite que causas justas puedan amplificarse en minutos, superando las barreras de la apatía gubernamental. Los medios tienen el poder de empujar a las autoridades a actuar o, al menos, a no poder ignorar la presión social. Como en este caso, donde una vida fue salvada gracias a la rapidez, la solidaridad y el compromiso ético de periodistas y ciudadanos responsables.
Hoy más que nunca, necesitamos fortalecer esas redes de solidaridad y también exigir que el Estado deje de ser un obstáculo y asuma, de una vez por todas, su responsabilidad fundamental: proteger la vida y la dignidad de todos, especialmente de quienes no pueden defenderse por sí mismos.
No podemos depender exclusivamente de la buena voluntad de la sociedad civil para enfrentar una crisis de desapariciones que debería ser prioridad nacional.
La lección es clara: la prensa libre salva vidas. Y cuando los medios de comunicación asumen su rol social, pueden transformar una tragedia en esperanza.