Los restaurantes y bares son el universo-muestra más palpable de la necesidad de desintoxicación digital. Propios y ajenos irrumpen conversaciones, degustación de platillos y hasta relaciones de pareja cuando “el largo brazo de la telefonía celular y/o las redes sociales” nos dan alcance. Ni que decir de las enormes pantallas digitales del establecimiento propiciatorias de los largos silencios entre los comensales ocupantes de una misma mesa, silencios que crean perfectos extraños de aquellos otrora amigos y conocidos, ah, y sin sentir culpa pues todo lo justifica un “tiro de esquina” del equipo local en el enorme pantallón.
La facilidad digital computacional genera pereza expeditando nuestras relaciones sociales. Con un puñado de teclas, podemos componer mensajes de Navidad, cumpleaños y aniversarios. La fuerza de estos mensajes es tan relativa e impersonal que, si bien se aprecia, “es lo menos que se espera” y no hace gran diferencia de otras mil que la persona recibe. Las celestinas aplicaciones digitales permiten disculparnos de agravios, plantones y hasta embarazosas actuaciones -de noche anterior- sin dar la cara. ¿Despidos del trabajo? ¿Rompimiento de compromisos?, también son válidos.
Antes, el escribir a puño y letra tarjetas navideñas cada diciembre, fue la fascinación de nuestros padres. Enviarlas y recibirlas, todo un ritual que daba sentido a la Navidad. No se diga de acomodarlas junto al árbol de Navidad y/o en la entrada de la casa… todo una emoción. Escribir tarjetas y cartas para luego enviarlas a parientes y amigos en conmemoraciones de boda, funerales y recepciones de carrera profesional, era la razón de la etiqueta social; hacia sentido. ¡Hoy quien esto hace, se distingue de los demás!.
Pero yo que digo, si alguien necesita desintoxicarse soy yo. Admito ser fanático-adicto de la música vía “stream”. Ésta me sigue como “el ángel de la guarda”, “de noche y de día”, “Pandora” diría yo, era “mi dulce compañía”. Sin embargo, este empacho digital ya había empezado a cobrar factura desproveyéndome de esos momentos de silencio reflexivo o conversación con todos los que me eran y me son importantes. Estaba tan absorto en el planeta digital que, el real, se me escurría entre los dedos.
Me pregunto y te pregunto, en un mundo lleno de personas siguiendo los mismos caminos digitales ya expuestos, repitiendo los mismos patrones, ¿no sería precioso desintoxicarnos adoptando nuevas etiquetas de comportamiento que, aunque no del todo se adapten o repitan las de nuestros padres, al menos denoten diferencia?.
¿No merecería la pena dejar de usar el celular en restaurantes o reuniones atendiendo nuestras charlas y platillos? ¿Dejar el celular lejos del alcance cuando estamos con alguien que mucho nos significa?. ¿En vez de enviar mensajes, no sería interesante llamar directamente regalando el sonido de nuestra voz y atención?. En vez de enviar tarjetas por e-mail genéricas, hacerlo por correo regular (con mucha antelación, eso si) o mensajería a puño y letra. ¿No merecería la pena aplicar nuestro empeño en desintoxicarnos de vez en cuando de la gran plataforma cibernética usando nuestras innatas habilidades personales -letra y voz- demostrando la finura de nuestro trato y lo humano de nuestro proceder? Y por último, ¿no valdría la pena enredarnos socialmente fuera de las sociales redes?. Es sólo una idea descabellada que puede redefinir nuestra identidad colocándonos por encima de todos los demás. Cualquiera, hasta una máquina, puede enviar un mensaje, sólo los seres humanos podemos enviar una emoción.