La imagen le dio la vuelta al mundo: un tren de transporte público anaranjado partido en dos, era el metro mexicano tras el colapso de una viga de la Línea 12. La imagen no requirió mayor explicación en las portadas internacionales, sin importar el idioma, cualquiera podría imaginar que se trató de una tragedia en la que, por el antecedente mexicano la corrupción podría estar involucrada. 

En efecto, la corrupción, la omisión, la falta de compromiso de las autoridades viejas y nuevas, la apatía, la compra de materiales baratos reportados a precios de primera, la falta de supervisión, el sismo, el hundimiento… todo esto involucrado, la investigación determinará, por lo pronto, 26 familias perdieron a un miembro y otras 70 tienen a una persona lesionada, no se sabe cuántas de ellas tendrán repercusiones de por vida y las autoridades de un país de nuevo manchadas a nivel mundial. 

Durante un viaje internacional una colega periodista alemana me preguntó horrorizada por los detalles de una fosa encontrada en el norte del país en la que fueron localizados los restos de 19 personas, mi tranquilidad ante una nota periodística, que dolorosamente es cosa de todos los días la horrorizó aún más. 

Después de la tragedia del metro intercambié mensajes instantáneos con la misma alemana y dolorosamente me preguntó: “¿cómo se pueden acostumbrar a vivir así, con tragedias diarias, con ese gobierno?”, me quedé muda y fría. 

Así nos ven en el exterior, bajo una resignación absurda y como muestra los encabezados internacionales: “La tragedia del metro que muchos veían venir” (Los Ángeles Times); “Docenas de muertos tras colapso en paso elevado del metro en CDMX” (The Wall Street Journal); “Derrumbe, polémica y sospechas” (El Clafín); “Alarmas ignoradas antes del desastre en Ciudad de México” (The New York Times). 

Todos versan lo mismo: la tragedia fue muchas veces anunciada e igual número de veces ignorada hasta llegar a estas imágenes dolorosísimas. Seguramente los americanos, europeos, asiáticos, se preguntarán lo mismo, ¿cómo pueden permitir esto?, duele no tener una respuesta y duele aún más pensar que no será la última ocasión. 

En Tláhuac persiste la tristeza, las lágrimas, perdieron a sus vecinos, a sus amigos, a sus parientes, pudieron haber sido ellos mismos después de una jornada larga de trabajo en busca de un sueldo que les permita sobrevivir; ellos, eran dignos de la deferencia del presidente, pero él prefirió mencionar lo menos posible la tragedia y continuar la mañanera. Aquí no pasó nada. 

Las tragedias no deben tener una ganancia política, en eso tiene razón el presidente, Andrés Manuel López Obrador, basta de ir a tomarse la foto con los afectados y después olvidarlos en un cajón, pero había otras formas para estar cerca de ellos y de paso dar otra imagen al mundo, una de bondad, cercanía y empatía. 

El presidente pudo, por ejemplo, acudir a las casas de los familiares de los fallecidos o a los hospitales durante esa misma madrugada mientras la atención permanecía en la zona cero, pudo haber enviado un mensaje a través de su esposa, pudo haber abrazado a las madres, prefirió la retórica detrás de su irrespetuoso medio luto. 

Aún es muy pronto para determinar el costo político y el daño a la imagen internacional, todo perdimos y seguiremos perdiendo.