El año pasado, Ragan Communications y HarrisX estudiaron cómo los directores ejecutivos y líderes de comunicación ven el DEI y descubrieron que el 42 por ciento de los líderes de comunicación afirmó que confía “mucho” en sus directores ejecutivos en lo que respecta a la diversidad, igualdad e inclusión, una disminución con respecto a 2022 (59 %) y 2023 (53 %).
También encontraron que el 76 por ciento de los encuestados afirmaron que es más probable que consideren que la seguridad de la marca (proteger a la empresa de asociaciones dañinas que podrían lastimar su reputación) es “necesaria”.
Sin embargo, a pesar de qué estas dos iniciativas, DEI y ASG son en su mayoría aceptadas, así como reconocida su influencia en la reputación corporativa, han estado bajo escrutinio. Muchas marcas han adoptado campañas publicitarias o estrategias internas enfocadas en DEI como respuesta a la creciente demanda de consumidores y empleados por empresas comprometidas con valores sociales. Sin embargo, estas iniciativas a veces son percibidas como superficiales o “lavado de propósito” (por ejemplo, “rainbow-washing” durante el mes del Orgullo). Esto ha llevado a críticas públicas y debates sobre la sinceridad de dichas acciones.
Por otro lado, existe una polarización política y cultural. La inclusión de criterios DEI suele estar vinculada a temas sensibles, como identidad de género, derechos LGBTQ+, raza, discapacidad, entre otros. En muchos países, estos temas se han politizado, generando reacciones encontradas.
Algunos sectores de la sociedad y grupos políticos conservadores critican estas iniciativas, considerándolas como imposiciones ideológicas, mientras que otros las ven como necesarias y progresistas.
La adopción de criterios DEI puede generar tensiones entre los objetivos comerciales y los valores sociales. Por ejemplo, empresas que operan en mercados donde los temas de DEI son culturalmente controvertidos pueden enfrentar boicots o pérdidas de mercado. Incluso, aquellas marcas que toman posturas firmes en cuestiones de DEI, a veces se arriesgan a alienar a segmentos de consumidores, accionistas o incluso empleados.
Esto ha presionado a las marcas, que han enfrentado críticas por incluir mensajes de diversidad en su publicidad, como ocurrió con Bud Light y su colaboración con una influencer transgénero, que generó boicots por parte de sectores conservadores.
Otras, como Google y Apple, han enfrentado tensiones internas relacionadas con la representación de grupos subrepresentados o desigualdades salariales y Walmart anunció que impediría que vendedores externos incluyan algunos productos relacionados con la comunidad LGBTQ+.
Aplicar criterios DEI no es sencillo, es todo un desafío que requiere cambios estructurales, capacitación, y recursos. Muchas empresas carecen de estrategias claras, lo que puede llevar a malentendidos, resistencias internas o falta de resultados tangibles.
Hay quienes critican que las empresas asuman roles de agentes de cambio social, argumentando que estas políticas no deberían ser impuestas desde la esfera corporativa, sino desde procesos democráticos. Esto ha generado un debate sobre si las empresas están excediendo su influencia en cuestiones sociales.
La implementación de los criterios DEI representa un terreno complejo donde confluyen valores éticos, intereses comerciales, y divisiones sociales y políticas. Esto exige de las empresas un equilibrio cuidadoso entre su compromiso con la diversidad y las expectativas de sus diversos públicos, tanto internos como externos.
Abordar estas iniciativas permite a las empresas adaptarse a un mundo cada vez más globalizado e interconectado, donde consumidores, empleados e inversores valoran el compromiso con la justicia social y la representación. Aunque pueden surgir desafíos y críticas, la implementación genuina de políticas DEI fortalece la reputación, fomenta culturas laborales más saludables y contribuye al progreso social, posicionando a las empresas como agentes de cambio positivo en la sociedad.