“Claves de un cuerpo fit”, “los influencers del año”, “los secretos para ir de shopping”, “must para decorar tu mesa con lo más trendy…”
Aunque lo primero que nos salta a la vista cuando leemos estos ejemplos es la evidente banalización de los contenidos que, desde tiempo atrás, han ofrecido las portadas de muchas publicaciones mexicanas, hay un tema más a tratar: la tendencia en el mundo editorial de utilizar anglicismos que rebajan el discurso a un pretencioso spanglish, que más que sonar sofisticado, raya en lo ridículo.
Hablo de una práctica que desafortunadamente no se ha limitado a los contenidos que ofrecen las publicaciones de información ligera (o soft news, como hoy se estila nombrar). La forma en que hemos desdeñado nuestro lenguaje con el fin de obtener prestigio tampoco es exclusiva de la industria editorial; se trata de un virus que inunda también los ambientes corporativos de nuestro país y que es cada vez más evidente en todos los sectores y ámbitos en los que solemos comunicarnos.
Dada nuestra cercanía con el país con más población angloparlante del mundo, cuya industria del entretenimiento e información es la más poderosa y penetrante a nivel internacional, lo que hoy ocurre con el abuso de ese lenguaje resulta casi una consecuencia obvia.
Sin embargo, la paradoja viene cuando nos preguntamos si realmente nos estamos convirtiendo en una nación bilingüe, que con maestría suele adoptar lo mejor de dos idiomas, y que realiza grandes esfuerzos educativos por conseguir entre sus ciudadanos un nivel mundialmente competitivo de inglés.
La respuesta ante esto la ofrecen los números: a pesar de nuestra cercanía con Estados Unidos, y de la gran influencia de su cultura popular, México sigue ostentando un nivel bajo de dominio del idioma inglés en el mundo.
La compañía Education First colocó a México en un lugar bajo en su sexto Índice de dominio de inglés. A nivel Latinoamérica, México ocupa un deshonroso séptimo lugar, por debajo de países como Argentina (en el primer puesto), República Dominicana, Uruguay, Costa Rica, Brasil y Chile; mientras que a nivel mundial ocupamos el lugar 37 de 72 países donde se aplicaron las encuestas.
Esto demuestra que nuestra propensión a hacer a un lado las palabras en español para reemplazarlas con términos que presuntamente no hacen oírnos más elegantes y refinados al momento de comunicamos, se trata sólo de una práctica pretenciosa que poco aporta a una cultura dotada de herramientas lingüísticas que bien podrían utilizarse para cualquier necesidad de expresión, y que sólo denota que no tenemos un nivel óptimo de inglés como para distinguirnos profesional y culturalmente frente a la competencia extranjera.
Se comprende, pues, el uso y abuso de esta forma de hablar mitad español y mitad inglés cuando un entorno laboral exige el conocimiento de términos, como podría ser en los ámbitos tecnológico o mercadológico; sin embargo, es poco comprensible que los medios de comunicación se enfoquen en utilizar cada vez más palabras extranjeras, al grado de que pareciera que está prohibido utilizar los mismos términos en su versión castellana, por miedo de sonar anticuados frente a su competencia.
Así, la reflexión va para los medios de comunicación, jugadores importantes dentro de este fenómeno. Es prioritario recordar que las mejores prácticas periodísticas se dan cuando se respeta a nuestros lectores y a nuestra lengua, y convendría, de vez en cuando, darle a una leída a nuestros propios manuales de estilo, si es que contamos con uno, o a trabajos que son referentes en el mundo periodístico, como el afamado Manual de Estilo del periódico El País de España que, junto con otros de su especie, fomentan la preferencia por los términos en español y no todo lo contrario.