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En Latinoamérica, 56.5 millones de habitantes viven inseguridad alimentaria.
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Sólo en México, 3 de cada 10 personas padecen vulnerabilidad y hambruna.
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Comedores comunitarios son una vía de apoyo para habitantes sin sustento.
En el mundo, la pobreza alimentaria es una de las principales problemáticas a resolver, ya sea mediante programas gubernamentales dirigidos a personas en situación de calle y vulnerabilidad económica, o por medio de ONG’s y movimientos sociales independientes que buscan llevar un plato de comida caliente a las comunidades más desprotegidas… historias de apoyo hay muchas, y no solo se viven en los países tercermundistas, como quedó demostrado con el emprendimiento de Alix Rijckaert, una periodista que decidió dejar su profesión para abrir un restaurante poco convencional en Bélgica.
Y es que, hablar de inseguridad alimentaria es hablar de derechos humanos y desigualdad social. En México, por ejemplo, 3 de cada 10 personas enfrentan algún grado de vulnerabilidad en esta área (26.1 por ciento) y, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (ONUAA), mejor conocida como FAO, cerca de 4.8 millones de mexicanos enfrentan inseguridad alimentaria severa (alrededor del 37 por ciento de la población).
No obstante, la organización apunta que el término “inseguridad alimentaria” no sólo contempla hambre, sino la incertidumbre respecto a la capacidad de alimentación o la calidad de la comida ingerida.
Considerando las cifras del último estudio elaborado por la FAO, las últimas crisis económicas mundiales han hecho que alimentarse sea una tarea cada vez más difícil, contemplando complicaciones para la mayoría de hogares en comida, bienes y servicios básicos.
Latinoamérica en general es la región con mayores tasas de inseguridad alimentaria, sólo por debajo de África. La zona, en conjunto, sumó 13 millones de personas con hambruna entre 2019 y 2021, dejando un total de 56.5 millones de habitantes sin nutrientes para vivir (9 por ciento de toda la población en LATAM).
Periodista abre restaurante comunitario
Con el fin de generar lazos entre vecinos, evitar el desperdicio de alimentos y, sobre todo, ofrecer un plato de comida caliente a todo aquel que lo necesite y al precio que cada consumidor pueda pagar, Alix Rijckaert decidió dejar su profesión como periodista y emprender un restaurante comunitario.
Una cocina común recibe cada semana a grupos de niños y adultos para cocinar juntos platillos con ingredientes comprados y sobrantes de cada uno de los hogares de las personas involucradas. “KOM à la maison” es el nombre del primer restaurante participativo y solidario de Bélgica.
“Estaba en casa viendo que podía hacer, leí sobre un restaurante colaborativo en Francia llamado ‘Petites Cantines’ y, en cuanto lo vi, quise tener algo así en mi barrio”.
“El proyecto comenzó a tomar forma cuando contacté con más personas interesadas a través de grupos de Facebook y durante un año estuvimos probando, alquilando locales y cocinando en banquetes participativos”, ha contado la periodista a medios locales.
Aunque el proceso no fue nada fácil, la joven hizo que “KOM à la maison” funcionara a finales de 2020, como una solución a las carencias de las personas tras la pandemia de Covid-19; sin embargo, después de un año de operaciones lograron el apoyo de autoridades municipales y de asociaciones.
“Al ser un restaurante donde cada uno paga lo que puede, mantenerse sostenibles y pagar los altos precios de alquiler, así como ser independientes, son aún grandes retos”, cuenta Rijckaert.
Una de las grandes motivaciones de “KOM à la maison” es contribuir al no desperdicio de frutas y verduras, por lo que siempre buscan conservar los alimentos y generar nuevos platillos en los que se aproveches de forma integral y consumirse en el tiempo más prolongado posible, dando a los comensales comida “casera”, “sostenible” y “saludable”.
“La mayoría de las verduras son compradas en huertos ecológicos, a tan solo 25 kilómetros de Bruselas, además una vez a la semana recogemos productos de un supermercado, también ecológico, que nos da las verduras que no van a vender, porque tienen algún defecto, así utilizamos comida en buen estado y evitamos que se tiren”, expone la emprendedora.
Este es un ejemplo de ayuda a grupos vulnerables y combate al desperdicio de alimentos, pues ambos son un reto mundial. Y es que, según la FAO, un tercio de la totalidad de los alimentos que se producen en el mundo se pierde o se desperdicia entre el productor y el consumidor.
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