Vivimos tiempos en los que los discursos de nuestros líderes políticos parecen haber sido sacados de una “fábrica de discursos”. Muchos de nuestros líderes parecen haberse formado en una escuela de teatro en lugar de en una escuela de humanidades.
Algunos líderes interiorizan mejor y llegan a demostrar en el escenario grande dotes artísticas enriqueciendo el espectáculo de las escenas políticas que los ciudadanos presenciamos a diario.
¿Qué está ocurriendo con el contenido de los discursos que nuestros líderes políticos pronuncian?
Son muchos los adjetivos que los asesores de comunicación utilizan para describir lo que los políticos suelen hacer durante sus discursos.
Se habla de discursos llenos de demagogia. La palabra demagogia ya fue usada por el orador ateniense Andócides en el siglo V A.C., cuando decía que: “palabras de demagogo son actos de tirano”. Hablar de forma demagógica significa simplemente hablar con el único objetivo de arrastrar a los votantes a acogerse a posturas favorables a unos intereses particulares; los del político de turno y los del partido al que representa.
Aristóteles dice lo mismo pero con otras palabras: el término demagogia representaba para él a aquellos gobiernos que apoyándose en las multitudes ejercían tan solo en favor de intereses particulares.
En definitiva, los discursos cargados de demagogia contienen constantes apelaciones a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público y tienen el único objetivo de ganar apoyo popular.
Demagogia, falsa retórica, discursos llenos de eufemismos, frases grandilocuentes y un sinfín de técnicas que logran hacer de los discursos de nuestros políticos discursos que nada tienen que ver con los discursos de un verdadero líder.
Son muchos los líderes espirituales, religiosos o políticos que nos han dejado un magnífico legado discursivo sobre el que bien podrían sustentarse la formación que reciben actualmente nuestros líderes políticos a la hora de dar forma y fondo a su discurso.
¿Cómo debe ser el discurso de un verdadero líder?
Evitar la manipulación
Ante todo, un verdadero líder, debe evitar la manipulación cuando hable. Manipular al otro es tratar de someterle a nuestro dominio y a nuestra posesión sin importarnos si lo que estamos diciendo es verdadero o es falso. Tal y como dice el filósofo español, Alfonso López Quintás, en su obra, “La palabra manipulada”: “El manipulador es astuto en el uso del lenguaje y procura despojar de recursos al manipulado”. López Quintás asegura que el líder auténtico basa sus discursos en el amor que siente hacia la verdad y ajusta su discurso a las exigencias de la realidad, creando un clima propicio para el desarrollo de las personas a las que se dirige y tratando de contribuir mediante sus palabras, al auténtico progreso.
Coherencia entre la mente y el corazón
Un verdadero líder demuestra, a través de sus discursos, una total coherencia entre su mente y su corazón. Howard Gardner, profesor de Harvard y autor de la teoría de las inteligencias múltiples, declaraba hace unos días en un medio de comunicación que “una mala persona no llega nunca a ser un buen profesional”. De esta forma, y aunque suene cursi o demasiado romántico, un supuesto líder no podrá llegar nunca a ser un buen líder si no cultiva en su corazón y en su mente principios y valores que contribuyan al bien de la humanidad. Esto es así, a pesar de que muchos tachen esta teoría de moralista o incluso de “ñoña”.
Argumentos sólidos
Otro de los principios que deben ser respetados en el discurso de un buen líder es la construcción de argumentos sólidos y coherentes. Los cursos de retórica prestan demasiada atención a temas relacionados con la forma del discurso y se olvidan del fondo. Los argumentos son las razones que aportamos para defender y explicar con claridad nuestras ideas. No es fácil aprender a argumentar con claridad y con eficacia, pero es tremendamente necesario que un líder sepa construir su discurso sobre argumentos que sean, por un lado, irrefutables, y por otro lado, que no contengan falacias. Un argumento irrefutables es aquel que no puede ser rebatido porque su construcción está basada en la verdad y en la lógica. Por el contrario un argumento falaz es aquel que no tiene un sustento lógico y que se sostiene sobre premisas falsas.
Hacer pasar a la acción mediante el ejemplo
Otro de los ingredientes que debe contener el discurso de un verdadero líder es el invitar a aquellos a quienes se dirige a que pasen a la acción. En este caso no se trata de utilizar la función apelativa del lenguaje, tal y como se hace en la publicidad, para que el consumidor pase directamente a la acción de comprar un determinado producto. En el caso del líder la única forma de hacer que sus seguidores pasen a la acción es ofrecerles ejemplo. De nuevo aparece aquí el tema de la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. No se trata de decirle a nuestro público “hazlo” sino de decirle “mira cómo lo hago”.
Para terminar, es necesario tener en cuenta que aquellos líderes que pasan por las escuelas de teatro para aprender a mover sus manos o aprender a sonreír mientras hablan, deberían pasar antes por alguna escuela de humanidades. En éstas es donde se aprende a lograr la “unidad personal”, algo imprescindible para cualquier líder verdadero. Cuando se logra la “unidad personal” nuestras manos, nuestra mirada y nuestra sonrisa, acompañan siempre de forma natural y auténtica a nuestro discurso, que también se habrá convertido en un discurso auténtico y verdadero.