La maternidad es una etapa de gran relevancia en la vida de aquellas mujeres que la eligen con consciencia y madurez. Sin embargo, cuando es una imposición, especialmente en la niñez y adolescencia, trae consigo riesgos significativos para la salud física y emocional, además de limitar el acceso a la educación, la autonomía económica y el desarrollo pleno.

Más de 640 millones de mujeres en el mundo se casaron en la infancia, según la UNFPA. En los países en desarrollo, casi 1 de cada 3 mujeres comienza a tener hijos en la adolescencia y cada año, 12 millones de adolescentes dan a luz y 5,7 millones de embarazos adolescentes terminan en abortos, la mayoría en condiciones inseguras.

Trágicamente, México ocupa el primer lugar en embarazos adolescentes entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), con 390 mil nacimientos anuales en menores de 19 años, lo que equivale a más de 1,000 nacimientos diarios. 

Contrario a lo que comúnmente se piensa, este problema no tiene su raíz solamente en la toma de decisiones de las niñas y adolescentes, sino en las diversas condiciones que las llevan a situaciones donde su voz y sus deseos se dejan de lado. Las causas del embarazo temprano en México son multifactoriales, siendo las principales el rezago educativo, la pobreza, el lugar de origen, así como los roles y estereotipos de género, los cuales perpetúan relaciones desiguales entre hombres y mujeres y fomentan la violencia de género. 

La dinámica desigual facilita el abuso y la coerción sexual, acentúa la desigualdad económica y social, y limita las oportunidades y proyectos de vida para las jóvenes. Según datos de la Dirección General de Información en Salud (DGIS), en 2022, 9 de cada 10 embarazos atendidos por la Secretaría de Salud, resultantes de violencia sexual, correspondieron a niñas y adolescentes de entre 10 y 19 años.

¿Cómo podemos cambiar esta realidad? Creando espacios donde puedan desarrollar su identidad, libres de roles de género perjudiciales, y acceder a información veraz y confiable sobre su sexualidad y su cuerpo desde una edad temprana. De esta manera, se fortalecerán sus habilidades para tomar decisiones sobre su vida y relaciones, y estarán mejor preparadas para protegerse en situaciones de riesgo.

En Save the Children, por ejemplo, implementamos proyectos con un enfoque en la Educación Sexual Integral (ESI), en ellos abordamos temas como el desarrollo adolescente, la educación durante la pubertad, la sexualidad y la igualdad de género. Además, proporcionamos información completa y precisa para que niñas, niños y adolescentes puedan tomar decisiones informadas y fomentamos la construcción de planes de vida a corto, mediano y largo plazo, permitiéndoles visualizar metas más allá de la formación de pareja o familia en etapas tempranas. Para lograrlo, colaboramos con docentes, padres, madres, cuidadores y personal de salud, asegurando que la información sea accesible en diversos entornos comunitarios.

Las cifras nos revelan que aún queda mucho por hacer. Es fundamental lanzar campañas de educación sexual en comunidades marginadas y traducirlas a las diversas lenguas indígenas del país. Además, es crucial hacer gratuitos y universales los métodos de prevención sexual y planificación familiar. Sobre todo, debemos hablar abiertamente sobre la violencia: su origen, la importancia de visibilizarla, reconocerla y detenerla. La maternidad no es un juego. Las niñas y adolescentes merecen vivir plenamente cada etapa de su vida.