Independientemente de contar con productos de primera calidad, compañías deportivas como Nike, Adidas o Puma no podrían haberse convertido en los monstruos que son hoy día sin la ayuda de sus embajadores de marca a través de las décadas… o por lo menos hubieran tardado más tiempo en lograrlo.
En este sentido, es indudable que el éxito de muchas campañas de marketing deportivo depende en buena medida de la existencia de los Cristiano Ronaldo, los Lionel Messi, los LeBron James, las Serena Williams o los Usain Bolt (entre muchos otros); por tal motivo resulta un tanto contradictorio toparnos con un gran número de ex super estrellas del deporte que han terminado sumidos en la miseria, realidad que resulta cada vez menos frecuente gracias al marketing mismo.
Mucho tiempo antes de convertirme en periodista soñaba con convertirme en futbolista profesional; sin embargo, a medida que crecía escuchaba constantemente a los adultos señalar lo arriesgado de elegir el camino del deporte para ganarme la vida, pues además de tratarse de una carrera fugaz, las expectativas a futuro son inciertas incluso para las super estrellas (basta ver casos como el de Mike Tyson, quien debió declararse en bancarrota pese a haber llegado a ganar hasta 30 millones de dólares al año).
Ciertamente nombres como Muhammad Ali, Babe Ruth, Maradona o Pelé son y serán siempre recordados por sus logros deportivos, mas no por la forma en cómo vivieron (o viven) luego de haberse retirado del deporte.
Sin embargo, los tiempos han cambiado y poco a poco (con ayuda del marketing) los deportistas han dejado de percibirse a sí mismos como figurines intercambiables cuya relación con el mundo de los negocios está sujeta a su carrera profesional. Ahora, cada vez son más los deportistas que comprenden que ellos mismos están sujetos a convertirse en una marca susceptible de ser explotada por un mayor tiempo que sus cuerpos en el emparrillado, la duela o el cuadrilátero.
Uno de los ejemplos más claros que me viene a la mente en torno a este cambio de mentalidad es Michael Jordan, quien en 1984 “convenció” a Nike (con ayuda de su representante) de diseñarle un calzado especial, calzado que dio vida a la marca Air Jordan, la cual ha trascendido lo hecho por Mike en el basketball, pues incluso hoy día la firma cuenta con representantes en el futbol americano, el beisbol y el futbol europeo.
Michael Jordan jugó su último partido como profesional el 16 de abril de 2003 y casi dos décadas después de su retiro su legado no se limita a su nombre, sus récords o sus anillos de campeonato, sino que se parecía diariamente en la duelas a través del famoso logotipo del “jumpman”, el cual es incluso portado con orgullo por jugadores que tenían 5 años o menos cuando Mike dejó las duelas.
Si bien Jordan fue uno de los pioneros, en la actualidad es cada vez más frecuente ver a deportistas y ex deportistas que han decidido no conformarse únicamente con ser embajadores de marca, sino que han decidido ser embajadores de su propia marca. David Beckham, Cristiano Ronaldo, Maria Sharapova e incluso Rafael Márquez y Adolfo Bautista son sólo algunas de las super estrellas del deporte que han decidido convertir sus nombres en su propia marca.
No cabe duda que el marketing ha empoderado de cierto modo a los atletas, quienes se han dado cuenta que el marketing deportivo no sería igual sin ellos. La única pregunta que queda en mi mente es, ¿cómo serían las cosas hoy en día si Ali, Ruth, Senna, Maradona o Pelé hubieran tenido la mentalidad de los atletas actuales?