Hoy en día, la tipografía se inclina más hacia una forma de arte, superando las fronteras de la gramática y el estilo, para impactar desde el aspecto visual y de diseño. En términos estrictamente gráficos, la tipografía es considerada un elemento tan importante como las imágenes mismas.
Un elemento que ha permitido incrementar y perfeccionar el desarrollo de la tipografía ha sido la creación del mundo digital, especialmente las computadoras y los procesadores de texto, así como también los programas de manipulación de imágenes. Todos ellos han contribuido al desarrollo de diferentes modelos, diseños y variantes de tipografías que pueden abarcar los grupos más diversos.
Su preponderancia es tal que un cambio en el tipo de fuente podría significar dar otro contexto y personalidad al mensaje, sea cual fuere el medio. Por tanto, la exigencia de encontrar el tipo de letra que mejor nos represente es esencial, especialmente en un mundo donde las primeras impresiones son determinantes.
El contenido es el rey, y hay que tratarlo como tal, bajo el riesgo de que una mala elección o aplicación de la tipografía, lo termine derrocando. ¿Cómo entonces lograr el mejor impacto y relevancia a través de la utilización acertada de la tipografía? He aquí algunos consejos:
Empecemos por la forma. Todas las tipografías transmiten un mensaje propio, por eso se debe de elegir cuidadosamente el estilo de la fuente. La lógica indica que hay que buscar una tipografía que exprese con su forma el significado del texto, por ejemplo, algo disruptivo contra algo clásico. Pero si no estás seguro de lograrlo, simplemente hay que seleccionar una que no exprese lo contrario.
Otra regla es la de no mezclar fuentes. Cuando tenemos frente a nosotros una oferta rica en alternativas, despierta una enorme tentación por usarlas todas. Abusar del empleo de fuentes diversas, tanto en pantalla como en papel, puede confundir y distraer la atención del lector. Una regla común es no utilizar más de tres fuentes diferentes en un texto o diseño, aunque como en toda regla, invariablemente hay excepciones.
Es de muy mal gusto, además de poco estético, utilizar solo mayúsculas, pues dificulta la lectura. Si bien las letras capitales al inicio del texto harán que se vea mucho más pulcro e incluso le dará frescura al cuerpo del texto, usar todo el escrito en mayúsculas puede volverse ilegible, además que se puede incurrir en un error gramatical. Hay quien lo hace para ahorrarse los acentos.
Considera siempre tu público objetivo. Con frecuencia caemos en el yerro de elegir el tamaño de fuente de manera egoísta, debemos anteponer ante todo al lector, pues nunca tenemos la certeza de quién va a leer ese contenido. Lo conveniente es seleccionar un tamaño de letra accesible para todos, desde un joven de 18 años hasta un adulto de 60 años.
Estamos familiarizados a leer textos con ciertos tipos de letras. Hay quienes incorporan las cursivas como una forma de romper la monotonía, aunque lo apropiado es utilizarlas con moderación. Se acomodan bien cuando el texto es largo, pues nos invita a leerlo. Las cursivas y versalitas funcionan para acompañar al texto, pero nunca como norma.
El tamaño si importa. Me refiero a la extensión de una línea de texto, es decir el ancho de la columna.
Si es demasiado larga o demasiado corta, el lector tendrá que lidiar para construir las frases, y esto se convertirá en una gran distracción. Hay diferentes teorías sobre cuál es la longitud de línea ideal. Los expertos recomiendan que 66 caracteres es lo mejor para una legibilidad óptima, aunque cualquier tamaño entre 45 y 75 caracteres es admisible.
No permitamos que un trabajo notable sea ignorado o desechado por su inapropiada presentación. Examinemos con seriedad la selección tipográfica desde un punto de vista estético, pero ante todo pragmático.