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Arturo Mora
Arturo Mora

Crímenes, moda y marketing

La violencia puede ser rentable, y la mercadotecnia, hábil para explotar esta realidad, juega un papel crucial en perpetuar el fenómeno.

La figura del asesino ha ejercido una peculiar atracción sobre las personas, un fenómeno que combina morbo, miedo y una incomprensible admiración. Desde el caso de Goyo Cárdenas en México hasta Luigi Mangione en tiempos recientes, los asesinos han trascendido el repudio público para convertirse en figuras casi míticas.

Esta compleja relación entre condena y fascinación ha abierto la puerta para que el mercado capitalice sobre estos individuos y sus historias, como lo muestran las grandes ventas del sweater usado por Mangione en Nordstrom tras su arresto.

Más allá de lo anecdótico, este caso refleja una verdad incómoda: la violencia puede ser rentable, y la mercadotecnia, hábil para explotar esta realidad, juega un papel crucial en perpetuar el fenómeno.

De Goyo Cárdenas a Luigi Mangione.

En los años 40, Goyo Cárdenas se convirtió en una figura mediática tras ser arrestado por el asesinato de cuatro mujeres en la Ciudad de México. A pesar de la gravedad de sus crímenes, su apariencia y su educación (era estudiante universitario) le ganaron la simpatía de muchos, especialmente de mujeres que le enviaban cartas y regalos a la cárcel. La prensa lo apodó “El Estrangulador de Tacuba” y construyó alrededor de él una narrativa que jugaba entre el horror y la fascinación.

Décadas más tarde, la historia parece repetirse con asesinos contemporáneos como Luigi Mangione, que mató a tiros a Brian Thompson, director de la aseguradora UnitedHealthcare, el pasado 4 de diciembre fuera del hotel Hilton de Manhattan. 

Aunque sus actos han sido condenados por la mayoría, una encuesta de Emerson College reveló que el 41% de los jóvenes de entre 18 y 29 años consideró el tiroteo como “algo aceptable” o “completamente aceptable”. Esta división generacional sugiere que, para algunos, el acto de violencia puede ser visto como una respuesta a un sistema percibido como injusto, transformando al autor en una figura de resistencia.

El sweater de Mangione: el morbo se convierte en mercancía

El caso de Mangione tomó un giro inesperado cuando el sweater que usó durante su comparecencia, disponible en las tiendas Nordstrom, se agotó poco después de que su imagen se viralizara en los medios. Aunque Nordstrom no promovió directamente la relación entre su prenda y el asesino, el mercado reaccionó rápidamente, impulsado por una mezcla de morbo y fascinación.

Esto no es un fenómeno aislado. La mercadotecnia sabe que los objetos asociados con historias controvertidas tienen un valor simbólico que puede ser explotado. En este caso, el sweater se convirtió en un fetiche cultural, un símbolo de la narrativa mediática que rodeaba a Mangione.

Asesinos populares: entre el repudio y la atracción

A lo largo de la historia, ciertos asesinos han trascendido sus crímenes para convertirse en figuras icónicas. Ted Bundy, por ejemplo, fue objeto de fascinación no solo por la gravedad de sus crímenes, sino también por su apariencia y carisma. Durante su juicio, recibía cartas de admiradoras e incluso propuestas de matrimonio.

De manera similar, Charles Manson se convirtió en una figura de culto, inspirando canciones, libros y películas. Su imagen, aunque asociada con el horror, también se transformó en un ícono contracultural, explotado por la moda y el arte pop.

En el caso de México, el atractivo de Goyo Cárdenas no fue un hecho aislado. Su historia sentó un precedente para el tratamiento mediático de los asesinos en serie, donde la narrativa construida por la prensa y el interés público los transforma en personajes fascinantes. Hasta los diputados le aplaudieron. Nada raro en este surrealismo que hemos vivido en nuestro país desde hace muchos años.

La mercadotecnia del mal: ¿dónde trazamos la línea?

El agotamiento del sweater de Mangione es solo un ejemplo de cómo la industria puede capitalizar el interés por los asesinos. Libros, documentales, merchandising y subastas de objetos relacionados con criminales generan millones de dólares al año. Sin embargo, este fenómeno plantea algunas preguntas:

  • ¿Estamos glorificando la violencia? La comercialización de productos relacionados con asesinos corre el riesgo de trivializar sus crímenes y, en algunos casos, de transformarlos en figuras heroicas o aspiracionales.
  • ¿Dónde está la responsabilidad de las marcas? Aunque Nordstrom no promovió activamente el sweater de Mangione, su decisión de mantener el producto disponible después de la viralización podría interpretarse como una forma de beneficiarse del morbo colectivo.
  • ¿Qué dice esto de nosotros como sociedad? La popularidad de productos asociados con asesinos refleja una cultura que, aunque condena la violencia, también la consume con voracidad.

La encuesta de Emerson College evidencia una división generacional en la percepción de la violencia. Mientras que la mayoría de los adultos mayores condenaron el acto de Mangione, un porcentaje significativo de jóvenes expresó cierta aceptación, quizás influenciados por la percepción de injusticias dentro del sistema o por una cultura que normaliza la violencia a través de los medios.

Esta división plantea un reto para las marcas y los medios de comunicación. La línea entre informar y explotar el morbo es cada vez más delgada, y el riesgo de glorificar a figuras violentas es real.

No los predispongo, solo den una vuelta por las diferentes plataformas disponibles y vean lo que emiten y la popularidad que tienen entre la audiencia.

El peligro de convertir el morbo en motor del mercado

La fascinación por los asesinos no desaparecerá pronto, pero su comercialización plantea un dilema que tanto las marcas como los consumidores debemos enfrentar. Las empresas tienen la responsabilidad de considerar las implicaciones de sus decisiones, mientras que los consumidores deben reflexionar sobre el impacto de sus elecciones.

Al final, la historia del sweater de Luigi Mangione no es solo un ejemplo de “mercadotecnia exitosa involuntaria”, sino un espejo que refleja nuestra compleja relación con el mal. Al consumir productos asociados con figuras violentas, no solo contribuimos a su popularidad, sino que también perpetuamos una cultura que monetiza el morbo.

Pregunta: ¿estamos dispuestos a seguir participando en este ciclo? ¿O es momento de trazar límites claros entre la fascinación cultural y la explotación comercial?

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