Este subsegmento, la Generación K, llama la atención de las marcas, luego de conocerse que su influencia en el consumo de las familias, tan sólo en Estados Unidos, es de 535 mil millones de euros.
Sin embargo, las compañías no tienen tan definidos sus hábitos de consumo como en el caso de los millennials o de la Generación Z, y es que primero, se trata de adolescentes, que por naturaleza no definen sus gustos aún, por lo que es variable su consumo.
Probablemente en lo único que concuerdan es en un aspecto que destaca la Organización Mundial de la Salud, el cual indica que los adolescentes británicos están entre los más infelices del mundo; sin embargo, la tendencia apunta hacia allá en todo el mundo, pues sus cambios fisiológicos impactan en su estado de ánimo y por tanto en su comportamiento.
Este comportamiento incluye su consumo, más aún cuando se trata de una generación segura de que su vida será más difícil que la de sus padres, 79 por ciento está preocupado por conseguir un empleo mientras que 72 por ciento teme endeudarse antes de hallarlo.
Y no piensan apoyarse en las instituciones, pues 60 por ciento de los adultos confían en ellas, mientras sólo 6 por ciento de los “K” no creen que en su desempeño.
Así, las marcas se enfrentan a consumidores preocupados y analistas de sus decisiones de compra, por lo que es más complicado ganarse su confianza y por tanto su fidelidad en las compras.
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