El Banco de México vaticinó que la inflación no retornará a los niveles del 3 por ciento por lo menos hasta el segundo trimestre de 2023. Los consumidores ya están resintiendo las repercusiones de la alta tasa inflacionaria que aqueja a la economía mexicana.
Como un paliativo, algunas empresas han reducido el tamaño y cantidad de sus productos para evitar encarecerlos. Sin embargo, esta medida puede generar un deterioro en la calidad de los mismos. Esta práctica se conoce como reduflación, término que alude a la práctica llevada a cabo por algunas empresas, principalmente del sector alimentario, de reducir el contenido de los productos manteniendo los precios. Este vocablo está formado por los sustantivos reducción e inflación, siguiendo el modelo del anglicismo shrinkflation, a partir de shrink (reducción) e inflation (inflación).
La reduflación es una estrategia de marketing que aplican las empresas y que relaciona directamente los conceptos de cantidad y precio. En realidad, se trata del incremento encubierto de los precios de los productos, lo cual constituye un engaño para el consumidor, ya que en la mayoría de los casos pueden adquirirse los productos al mismo precio, pero se recibe una cantidad o porción menor del acostumbrado.
Esta artimaña de los fabricantes pretende preservar el margen de utilidad, paliar la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores y el aumento de los costos de producción.
La BBC ya hablaba en 2018 de shrinkflation, algo muy evidente en dulces y chocolates. De hecho, durante varios años analizó productos de 19 fabricantes y llegó a la conclusión de que todos, menos uno, habían visto reducida su cantidad. Además, esa reducción no se acompañaba de una bajada de precio. Solo se hizo en 9 de los productos analizados y ni siquiera fue de forma proporcional a la reducción de contenido.
Las marcas justifican su estrategia en la equiparación de los procesos de producción, el encarecimiento en los precios de importación de las materias primas y en los costos del transporte o de la mano de obra. También la justifican en su preocupación por la salud del consumidor al asegurar que ofrecen menos cantidad del producto porque han reducido la cantidad de azúcar o han eliminado ingredientes perjudiciales para la salud.
Muchas veces los consumidores pagan aire a precio de papas fritas, agua con conservadores a precio de lentejas o plástico a precio de mazapán, cada vez más indignados por una práctica, aunque legal, siempre y cuando esté indicado en la envoltura o envase la cantidad de producto vendido, es francamente deshonesta.
Otro ejemplo se puede verse en las aerolíneas, cuyos costos van aumentando si el pasajero elije su asiento, compra algún seguro de viajero o si decide imprimir su pase de abordar en el mostrador o documentar equipaje.
Este truco de los mercadólogos se basa en que los consumidores no acostumbran a pensar en términos de la cantidad de un producto, sino en su precio, por el impacto hacia el presupuesto tanto para la despensa como para el resto de los gastos que se tengan que cubrir. Para no perder competitividad, las empresas fabricantes se ajustan al dinero que los consumidores están acostumbrados a pagar.
Lo que hacen las marcas es ajustarse al desembolso que tenga que hacer el consumidor. Incluso recurren al truco de ofrecer cantidades de producto diferente a las de sus competidores, para dificultar la comparación del precio por gramo o mililitro en el momento de la compra.
Por supuesto que los consumidores resultan afectados, ya que reciben menor cantidad de producto por un precio igual o incluso mayor. Sin importar el ajuste que lleven a cabo las marcas -precio, cantidad o calidad- el impacto es similar al que se hubiera tenido si se hubiera dado un aumento en el precio. El efecto final es el mismo que el de incrementos de precios: inhibe o limita el poder de compra de los consumidores. A la postre, eso lo que hace es, mermar el poder adquisitivo de la moneda. Si los productos se encarecen, se inhibe el consumo de los productos.
Lo más riesgoso es que algunas empresas buscan variantes o variedades más económicas de los insumos que utilizan, lo cual naturalmente repercute en la calidad de los productos, con el fin de mantener sin variación el precio al consumidor.
La publicidad funge como comparsa de las empresas en este engaño a los consumidores.