En la economía lineal donde «usar y tirar» es lo común, las consecuencias medioambientales son indeseables, ya que favorecen la generación de residuos. Lo correcto, es apegarse al consumo responsable, cuyo objetivo es integrar los aspectos sociales, ambientales y éticos en las decisiones de compra. Así, los consumidores comprometidos con esta práctica, buscan minimizar su impacto en el planeta y ejercer un efecto positivo en la sociedad.
Sorpréndanse. Uno de las contrariedades generalizadas que se escuchan en algunos círculos corporativos es que los consumidores no están realmente preocupados por el cambio climático, porque en general, no están dispuestos a que eso signifique un costo adicional para ellos.
Para defender este argumento, los escépticos sobre el compromiso de las empresas en sus iniciativas climáticas, a menudo señalan que hay suficiente evidencia que muestra que los consumidores en su decisión de compra, dan prioridad al precio sobre la sustentabilidad.
No es de extrañarse que el precio tenga la preferencia en la mayoría de los consumidores, pero ello no necesariamente significa que no les preocupa o no les importa el problema. De hecho, algunos revelan qué si les concierne el tema, solo piensan que no es su responsabilidad abordarlo.
Una encuesta reciente de la Universidad de Chicago sobre quien es el responsable del cambio climático, hubo un consenso: son las empresas. Sin embargo, la comparten con el gobierno federal. Otro estudio realizado por la consultora EY, encontró que el 60 por ciento de los consumidores norteamericanos, piensan que han hecho lo suficiente, en cuanto les corresponde, para abordar el cambio climático y que las empresas energéticas deberían de tomar el liderazgo para reducir el consumo de energía.
Parecerían datos contradictorios en esta encuesta: las marcas pueden ofrecer productos más amigables al medio ambiente en una variedad de industrias sin que necesariamente se traduzca en grandes avances tecnológicos, pero cuyo costo tarde o temprano alcanzará a los compradores.
Pero aún así, vale la pena reflexionar sobre los hallazgos. Por un lado, está el esfuerzo de comunicación y concientización que han hecho las empresas durante años sobre cambio climático, para convencer a los individuos a tomar responsabilidad y cuyo impacto solo ha alcanzado al 41 por ciento de los que respondieron y aceptaron ser responsables en comprometerse con el problema.
Esto se traduce en que las compañías tienen aún que encontrar formas para darle prioridad a la sostenibilidad. Sobre todo, sabiendo que los consumidores están dispuestos a pagar un cargo adicional por ella, siempre y cuando este sea pequeño.
También es sabido, que el 63 por ciento de los consumidores, cuando están frente a un mostrador y encuentran productos que comparten similitudes en precio, calidad, distribución y satisfacción, se inclinan por aquellos cuyas empresas tienen compromisos claros con el planeta y la sociedad.
Este lo refrenda en el estudio, pues incluso aquellos compradores que no están dispuestos a pagar un cargo adicional, si aceptan a la sostenibilidad como un diferenciador cuando el costo es bajo.
En el largo plazo, conforme más empresas dediquen más recursos a la sostenibilidad, las cualidades de los productos verdes serán menos una cuestión de imagen y más un criterio definitorio para el consumidor. La tarea no es fácil para las empresas, pero si inaplazable.
Y si, las empresas son las primeras en la lista, pero no son las únicas que tienen que comprometerse con esta monumental tarea. Si queremos contribuir a tener un planeta más limpio y descarbonizar la economía para frenar el cambio climático, es necesario que todos adquiramos hábitos de consumo responsable: gobiernos, empresas y sociedad.