Se dice que el término Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) nació hace cuatro lustros, en 1999, cuando Kevin Ashton, del conocido y reconocido Massachusetts Institute of Technology (MIT), escribió el artículo que intituló: Las cosas de IoT.
Desde hace dos décadas la constante falta de tiempo del hombre contemporáneo -tema del que ya hablaba el filósoso y escritor Hermann Hesse, en 1899, en su ensayo Pequeñas Alegrías (Alianza Editorial), genera la necesidad de conectarse a la súpercarretera informativa de nuevas y diversas maneras.
IoT describe un ecosistema en el cual diversos aparatos, electrodomésticos y dispositivos se conectan y se comunican. El objetivo, como muchas iniciativas del hombre posmoderno, es facilitarse la vida. La idea es que los dispositivos hagan cosas por nosotros.
El medio de comunicación especializado en nuevas tecnologías Tech Target, dice al respecto: “Una cosa, en la IoT, puede ser una persona con un implante de monitor de corazón, un animal de granja con un transpondedor de biochip, un automóvil que tiene sensores incorporados para alertar al conductor cuando la presión de los neumáticos es baja, o cualquier otro objeto natural o artificial al que se puede asignar una dirección IP y darle la capacidad de transferir datos a través de una Red”.
Lo cierto es que el primer aparato conectado a la gran Red, quién lo dijera, fue una máquina de Coca-Cola en la Universidad Carnegie Melon, a principios de la década de los años 80, cuando los programadores de esa casa de estudios se conectaban al despachador de bebidas, a través de Internet para, así, verificar su estado y conocer si había o no una bebida fría en el aparato, con el fin decidir si valía la pena hacer el viaje a la máquina.
Hace dos décadas, empresas como las coreanas LG y Samsung, entre otras, conocidas por manufacturar electrodomésticos, como son refrigeradores, estufas, microondas, lavavajillas, aires acondicionados y smart TVs, entre otros muchos, empezaron a hablar del IoT. Muchos entonces lo veíamos como algo muy lejano, casi casi de ciencia ficción. “¿Qué mi refrigerador se podrá conectar a Internet cuando se percate que no tengo jamón, huevos y leche, por ejemplo, y podrá hacer el pedido por mí al súpermercado previo registro de mi usuario y tarjeta de credito?”
A nivel tecnológico, era una época totalmente distinta hace 20 años. De hecho, no había banda ancha. La mayoría de los mortales, al menos en América Latina, nos conectábamos a la súpercarretera de la información de forma telefónica. A algunos millenials, y más a los centennials, les parecerá increíble, pero antes no había WiFi, el cual surgió apenas en 2003… En efecto, antes teníamos que marcar un número de teléfono de nuestro proveedor de Internet y, cuando lográbamos establecer comunicación a través del módem, se escuchaba el clásico sonido de la Red y nos conectábamos a velocidades que hoy nos suenan irrisorias, pero así era entonces.
Hoy en día, en cambio, los dispositivos conectados a la gran Red conversan, por así decir, a través de diferentes protocolos, almacenan información y, a partir de ahí, nos auxilian en el día a día. El objetivo es que estos dispositivos sean cada vez más eficientes e inteligentes, además de que optimicen recursos.
En pocas palabras, IoT trata de objetos conectados entre sí a través de la gran Red, los cuales intercambian información para facilitar o emprender diversas acciones. Para que esto suceda, claro está, se necesitan tres factores: la gran Red –Internet-, los dispositivos y un sistema de control.
No olvidemos que el IoT coexiste hoy en un ambiente digital donde convive con el Big Data –que permite procesar los datos generados-, la inteligencia artificial –que posibilita realizar determinadas operaciones que se consideran propias de la inteligencia humana, como el autoaprendizaje, mediante conocimiento precargado y experiencias nuevas-, el almacenamiento cloud – que nos deja tener todo disponible en la nube-, las miles de apps disponibles en las tiendas virtuales, y en la parte de telecomunicaciones-, fibra óptica y redes de alta velocidad 4G y 5G que permiten el intercambio de información y una alta conectividad.
El IoT es parte esencial de las llamadas ciudades inteligentes, el cual se aplica para la administración de semáforos, cámaras de vigilancia, monitoreo ambiental, sistema de transporte público, etcétera. En las casas y edificios inteligentes, el IoT permite programar alarmas -para prender y apagar antes y después de ir a la cama-, abrir o cerrar cortinas, modular la luz artificial interior, detectar posibles incendios, o bien, como ya se dijo antes, hasta pedir la despensa al súpermercado.
A nivel industria de la salud y hospitales, el IoT se aplica para gestionar la administración de medicamentos de los pacientes -lo que fortalece los programas de apego al tratamiento-, hacer un monitoreo remoto de su estado de salud, programar la actividad física, medir las pulsaciones cardíacas del paciente, y en algunos casos, por increíble que parezca, hasta checar los niveles de azúcar, entre otras muchas cosas.
El IoT y la IA no es una realidad lejana a nuestros días ni algo futurista, como se veía en las pelcíulas ochenteras de Terminator, protagonizadas por Arnold Schwarzenegger, donde las máquinas inteligentes se rebelan contra los humanos… Por el contrario, es parte de nuestra de vida cotidiana de hoy en día. Son incontables los usos y los recursos que genera el IoT, por lo cual no podemos sino congratularnos por su existencia.