Por Camila González
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@GFCam
Y sigo con mis enormes preocupaciones anti-digitales, es decir, todas esas que tienen que ver con el horror que me produce que cada día más nuestra vida se reduzca a una pequeña pantalla. No es exagerado. En esa pantallita y con los dedos se maneja una buena parte de nuestra vida profesional, amistosa, amorosa, informativa. Es ahí donde invertimos bastante (demasiado) de nuestro tiempo de vida y, sin darnos cuenta, en esos aparatitos adictivos estamos construyendo un lugar en el mundo.
Por eso es clave analizar cómo está nuestra face-estima, tan averiada por los “likes” y falta de ellos, por los comentarios ajenos, las fotos, las indiferencias. Sí, parece un juego, pero nuestra presencia en la red tiene todo que ver con lo que hoy creemos que somos, queremos creer que somos, queremos ser… todo a través de los post y las innumerables interpretaciones de los clics.
A falta de manuales para “mantener y subir la face-estima”, acá 7 ideas clave para tener en cuenta:
- No todos los “me gusta” significan que les gusta. El otro día alguien me decía que resolvió borrar a las personas que nunca se toman el trabajo de poner ni un “me gusta”… ¿Para qué tenerlas en Facebook si no le dicen a uno nada?, se preguntaba esta amiga. Yo pensaba en qué es un “me gusta”, pero más aún para qué sirve, qué dice, por qué saca sonrisas y muchos se ufanan de los muchos “likes”. Tengo 234 “likes”, ¿y? Yo apenas 6. ¿Qué carga le da cada uno a esos clics que ya mucha gente pone en automático?
- Las heridas del ghoosting. Aunque muchos lo nieguen, una de las dinámicas que más puede herir la face-estima es el desagradable “ghoosting”. Sí, el ver que ya leyeron tu chat y no contesta, cero respuesta. En pocas palabras, el viejo látigo de la indiferencia, que tiene ahora su espacio en la virtualidad del sufrimiento. No escriba si sabe que existe probabilidad de que no le contesten, simple. Evite ese latigazo.
- Somos una buena foto. Eso de ser siempre guapos, no hay duda, levanta la face-estima. Y es que no es tan difíciles estar guapos y que nos lo digan cuando tenemos las cinco fotos afortunadas donde no nos sale ni el ojo chiquito, ni se evidencias las manchas de la cara, se oculta la papada y desaparecen las ojeras. Es la perfecta carta de presentación para estar siempre bellos, aunque esas fotos elegidas sean ya de hace meses. ¿Pero cuántas veces se necesita que nos escriban en los comentarios la tonta palabra guapo/a para serlo?
- Muros y muros felices. Un aspecto que no va a dejar de golear la face-estima es la inútil comparación. No se angustie, no es cierto, nada es tan feliz como dice serlo en Facebook. Usted no es el único insatisfecho con tantas cosas de la vida. Sólo acuérdese que Facebook es como una fachada, o más bien, es lo que cada uno quisiera ser. No lo tome tan en serio. No lo es.
- Un millón de amigos. Muchas veces le dije a un amigo que publicaba cada uno de sus éxitos y fracasos en su muro que a muy pocos de sus contactos realmente les interesa, es decir, son contados lo que se van a alegrar con su premio en el concurso de baile y se van a entristecer por la muerte de su gato, o su abuelo. Papá Facebook los llama “amigos”, pero son apenas los nombres de personas que ven tus publicaciones. Amigo el que te prepara un caldo cuando estés muy enfermo. Punto.
- Solidaridad en pantalla. En la digitalidad de nuestras vidas no solamente construimos relaciones, también planteamos posturas, luchamos por un mundo mejor, exponemos nuestro criterio y altruismo, manifestamos la indignación y el dolor. Pero eso lo hacemos, la verdad, con la ley del mínimo esfuerzo: sólo con un filtro de foto o un clic a una noticia en contra de las violaciones de niñas africanas… Que Papá Facebook no nos haga creer que somos buenos sólo por eso.
- Esa fama mural. El que siempre pone cosas chistosas, el que sólo da “likes” y comenta poco, el que nunca postea y cuando lo hace todos quedan perplejos, el que publica cosas interesantes o el que comparte tonterías. Ah, y el que siempre está y nadie sabe porque es un facebookero de clóset. Todo se vale, pero ya nos estamos rotulando, y luego viene la discriminación. Siempre lo mismo.
Y si un día, dios no lo quiera (o sí), hay un apagón virtual: ¿qué queda de cada uno? ¿Qué tanto vale usted sin postear nada? Ya nadie va a poder felicitarlo porque nadie se lo va a recordar… Lo digo en serio, si eso sucediera, ¿quién golpearía en la puerta de su casa para darle un “me gusta” de corazón en forma de abrazo genuino?