Yo fui una de las que puso la foto de perfil con la bandera de arco iris. Me pareció una alternativa fácil para decirle a la comunidad LGBTTTI y a mis amigos gays, lesbianas, bisexuales y etc.: Me solidarizo con su causa por la igualdad. Un amigo gay me comentó que para él fue muy interesante saberse tan rodeado de apoyo de la gente a través de un detalle tan simple como el color de una foto. Incluso supo acerca de la postura frente al “matrimonio de personas del mismo sexo” que tienen algunos de sus conocidos, que él no imaginaba.
Lo sorprendente es que ahora salgan con noticias que nos alertan acerca de que somos parte de un experimento de Facebook, y todos con los pelos parados. ¡Por supuesto que somos un experimento! Pero más que eso, somos unos títeres del genio creador de Papá Facebook. Este chico, de la noche a la mañana, es quien ha establecido el esquema mediante el cual nos relacionamos, opinamos, sentimos, coqueteamos, cortamos, resentimos, etc. Hasta nos ha proporcionado los códigos que guían nuestra conducta social y la forma de crear una imagen para los demás y venderla al mejor postor.
Eso de que Papá Facebook nos manipuló con la banderita de colores, es lo de menos. El cuento es que, como en las más espeluznantes historias de ciencia ficción, somos parte de la Matrix. Sí, nos controlan, nos quitan y ponen botones que representan lo que podemos sentir, y nosotros como burros ahí vamos sin darnos cuenta a donde nos indiquen. La bandera gay es lo de menos. Digamos que ese fue incluso un ejercicio interesante.
Lo aterrador de estar en la Matrix es que no nos demos cuenta y nos sorprendamos de lo obvio. Facebook y el resto de las redes sociales se consolidarán como las plataformas perfectas para estudiarnos como sociedad, para observar nuestro deber ser, nuestros alaridos por ser aceptados y el permanente trabajo que hacemos para demostrar que somos muy felices, más felices que todos, cuando no es cierto. Supongo que el que es feliz no tiene que colgar fotografías que lo evidencien.
Mañana Papá Facebook va a inventar otras tantas acciones, botones, pestañas, modos, símbolos, qué se yo, para que nos expresemos a su modo y en su formato. Y ahí vamos todos como: ¿soldados? ¿borregos? ¿niños? Bueno, es cierto, la humanidad jamás imaginó estar conectada y tener una voz que los demás pudieran escuchar al instante. Eso es alucinante, sin duda. Pero que exista una mano que mueva los hilos de las marionetas que somos es de pánico. Y ahí está.
A propósito, me acordé de un poema muy existencialista de Borges, llamado Ajedrez…
(…) Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?