Una buena noticia llegó para millones de personas que ya están desesperadas por salir del confinamiento. Este miércoles 12 de agosto, el gobierno de la Ciudad de México anunció que abrirán los cines después de cinco meses de haber estado cerrados. La pregunta es: ¿por qué los cines sí abren y los teatros no?
La jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, asegura que las cadenas de cine han presentado protocolos muy precisos para evitar el contagio. Conocemos los nombres de las empresas, verdaderos emporios del entretenimiento: Cinépolis y Cinemex.
Sin embargo, no deja de inquietarme que un teatro no tenga derecho a reapertura cuando el giro de su negocio es muy similar: el espectáculo. Incluso hay teatros, como la Sala Novo o El Milagro, que tienen mucha menor capacidad que una sala convencional de cine. No entiendo cómo es que la gente podrá contagiarse menos en una sala cinematográfica que en un foro.
Pero lo más preocupante es que los cines ya tienen la autorización para vender alimentos y bebidas, algo que estuvo y está prohibido en varios países europeos por tratarse de actividades de alto riesgo de contagio. Es mucho más probable que te contagies formado para comprar palomitas que por sentarte en una butaca con sana distancia. Evidentemente habrá protocolos, pero es un despropósito dar luz verde a la apertura de dulcerías cuando estamos en la peor fase de la pandemia, arriba de los 50 mil muertos y ya muy cercanos al medio millón de casos por Covid-19.
Sabemos que la industria del entretenimiento ha sido una de las más golpeadas económicamente. Aún no existen cálculos exactos de las pérdidas, pero las estimaciones son preocupantes. Medios especializados como Variety creen que la crisis sanitaria dejará pérdidas por 31 mil millones de dólares este año. Un golpe durísimo para el mercado mexicano, que es el cuarto mercado más importante de la industria cinematográfica a nivel mundial, según datos de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (Canacine). Eso, sin contar que somos los terceros consumidores más fuertes de películas de Hollywood, sólo después de Estados Unidos y China.
Si esas son las caídas en el negocio del cine, ahora imaginen cómo son las que afectarán al teatro, una industria que genera mucho menos dinero y que constantemente batalla por conseguir nuevos públicos y nuevas vías de financiamiento.
En México, el teatro es una lucha eterna. Hay productores que se endeudan y que hasta ponen dinero propio para realizar sus montajes. Es cierto: México es una capital del teatro en América Latina. Aquí, la cartelera abarca todos los días de la semana y hay mucha variedad: desde musicales de Broadway producidos con un dineral de OCESA hasta obras sobre Sigmund Freud en el Teatro López Tarso, pasando por montajes de Sor Juana Inés de la Cruz en Ciudad Universitaria y teatro penitenciario desde los reclusorios de la ciudad. Por eso me sorprende que una industria tan prolífica, creativa y luchadora sea recluida al cierre de espacios y no goce de las mismas oportunidades que el cine.
No hay duda de que, abra quien abra, los negocios tienen la obligación de seguir todas las medidas sanitarias indicadas por la Organización Mundial de la Salud y por la Secretaría de Salud. La reapertura es necesaria para la reactivación económica, pero ésta debe ser gradual y, sobre todo, justa.
Sheinbaum dice que los teatros no abren porque los actores “hablan muy fuerte” y hay más probabilidad de contagio por los aerosoles de la saliva. Yo no veo mucha diferencia entre un actor que hable fuerte y un vendedor de palomitas que deba hacer lo mismo y, peor aún, que tenga contacto con las manos de cientos de personas en un solo día.
Lo dejo a su juicio, apreciado lector.