Entre aromas, olores y colores todo es
tragos carmesí, sorbos de ocre
uvas frescas, granos cálidos, copas y tazas.
Expresarse, decir quién eres, cómo describirte. Que alguien vaya y diga sobre de nosotros con tan solo una semblanza o una charla de esas de larga distancia tan aparentemente necesarias en los últimos años. Si todo tendrá que ver con lo no presencial, los armarios se transformarán en cuevas llenas de vacíos, hacia dónde nos podría conducir esta moda de verse a través de un monitor.
Para los que tuvimos la suerte de redactar un telegrama, y al tiempo utilizar alguna caseta telefónica del barrio, sí, un cuarto de madera junto a otro, y entregar un pedazo de papel mal cortado o la hoja de una libretilla de bolsillo indicando el número a marcar al administrador de la “caseta”. Recuerdo que la voz baja era una condición obligada, porque seguramente el hijo del dueño de la caseta era tu compañero en la escuela. En el caso de los telegramas la experiencia era todavía más interesante, imagina narrar el mensaje al telegrafista y este realizaba la edición, que, siempre siempre tenía que ver con ahorrar palabras (y dinero) para transmitir un mensaje que cumpliera con éxito el cometido ante un receptor. En estos casos la privacidad deseada versus la llamada en la caseta telefónica pasaba a ser irrelevante, en efecto, el telegrafista incluso traducía mejor el recado escrito de alguno de tus padres, uno de los mejores ejemplos de un “Copywritter”.
El profesor Óscar de la Borbolla publicó hace unos días en su columna titulada El odio en la Era digital: “Si me asomo a mi archivo de hace 10 o 15 años no me encuentro con esta humanidad absorta contemplando una pantalla ni recuerdo a la gente encerrada en un diálogo hipnótico con su celular; los conductores veían al frente o a los lados mientras esperaban la luz verde; en los restoranes platicaban, en las calles veían por donde iban o curioseaban lo que había en los aparadores”. Esta crítica del profesor a lo que hoy hacemos e incluso asumimos como una más de las múltiples opciones de “realidad”, no es más que una crítica a la primera persona que de modo inevitable somos.
Tal vez, el afán por conquistar y a través de la conquista colonizar continentes no descubiertos, vamos encaminados a reconocernos como partes de una Matrix en la cual no queda espacio para distinguirse de los unos y de los otros, incluso interpretarla de poco en poco como la única versión disponible para ser. Si bien es cierto, la rectificación de los hechos es una imposibilidad que parece romperse en el universo digital, lugar en el que podemos imaginarnos distintos y expresar lo que deseamos, valdría la pena tener en nuestra mesa de trabajo un autorretrato dibujado a mano, al cual podamos asirnos solo extendiendo uno de los brazos de carne y hueso.