Imposible negar lo maravillado que uno se siente cuando hoy es posible acceder a tanta, tantísima información de forma inmediata. Yo alucino, no acabo de acostumbrarme y mi mente siempre regresa al recuerdo de las enciclopedias de mi casa de niña, si, esos mamotretos pesados en cuyas hojas se encontraba el conocimiento por orden alfabético y en muchos casos con fotos o imágenes para ilustrar la explicación.
Es cierto, nadie lo niega, con un solo clic hoy podemos ver el video del pez más raro del mundo construyendo figuras perfectas en la arena, entender un poco mejor los movimientos de las galaxias, entrar con una cámara en el cuerpo de alguien para observar cada célula. Todo, lo que uno puede llegar a imaginarse está ya al alcance de una tecla o un touch en una pantalla.
Sencillamente asombroso. Mi mamá, muerta hace años, no daría crédito a lo que pasa hoy día.
Sin embargo, he de confesar que tanta, tantísima información en videos, fotos y archivos termina por avasallarme. Sí, cada día los celulares reciben toda suerte de mensajes y videos y cosas, que uno no siempre quiere o le interesa ver, y a mi termina por costarme tiempo de mi vida borrarlos. Estamos como locos, adictos a ver y ver información, sin digerirla, sin pensar y creemos que enviarla a los demás es una suerte de regalo o de detalle de fina coquetería.
Esas toneladas de cosas que la gente reenvía como por oficio puede convertirse en un tipo de acoso. A mi me avasalla, veo una que otra cosa y siento la enorme necesidad de borrar los archivos para no sentirme, bajo ninguna circunstancia, en la obligada tarea de verlos. Es una especie de hecatombe de información que termina por asfixiar, frustrar y que no acabamos de discernir. Y ni hablar de cuanto toda esa información es gancho para relacionarse con el otro.
El destinatario también espera una respuesta de uno como receptor. Cansado, muy cansado. Esta era digital a ratos me agobia y me gustaría transportarme a una aldea Amish, sin luz y un piano, para sencillamente recogerme a mi misma. Para encontrar el valor de las cosas más efímeras y simples. ¿Por qué voy a querer saber, en un periodo de 30 minutos de una tarde, todo sobre las pandillas mara salvatrucha, la forma como cazan venados en África, las 20 cosas que debo o no comer para morir o no de cáncer, las mejores jugadas de golf, el estado de los ancianos en un albergue en Budapest?
A veces uno no quiere, ni necesita saber nada. La información no puede ser impuesta, de algún modo, y tampoco tendría que agradecerse porque sí. Muchas veces es mejor pasar tiempo pensando y especulando y no obtener necesariamente respuestas científicas inmediatas. A veces extraño abrir una enciclopedia empolvada para buscar una respuesta a algo que me he preguntado en particular varias veces.
No me malinterpreten, somos unos privilegiados de esta era de la información sin límites, pero también somos unos seres primarios que requieren tiempo para decantar. Para digerir. Para tener alguna expectativa. Para echar de menos saber sobre algo. Para no tener todo a un touch de distancia.
Estuve, sin embargo, buscando una crema hace poco en Internet, quería leer información sobre sus componentes y comparar precios, pero ya tenía claro dónde la iba a comprar. Pues ahora esa crema no deja de perseguirme en Facebook, en Google y por dónde puede aparecerse. He de confesar que me siento algo acosada. Esas apariciones en mis pantallazos ya han llegado a ser incómodas e innecesarias e incluso he considerado ya prescindir de esa compra.
Lograron el efecto contrario en este caso. Literal. Me sabe a m… la crema y todos sus derivados. Entiendo que el retargeting y el remarketing pueden ser instrumentos increíbles de la publicidad de segmentación por comportamiento, pero su insistencia puede llegar a reventar a cualquiera. El remarketing es la insistencia generalizada de un producto, está bien no es grave. Pero el retargeting consiste en mostrarle repetidamente a una persona específica un producto o servicio, a partir de un clic suyo. Incluso de un clic equivocado.
Es muy interesante que hoy sea posible segmentar de manera tan particular para el envío de publicidad. No es poco lo que ofrecen las empresas de publicidad ´on line´ en términos de usuarios únicos y de impresiones, es decir, número de veces que es visto un anuncio. Son simplemente técnicas de marketing que si se manejan bien pueden ser muy productivas para los anunciantes. Sin embargo, es de suma importancia que se midan los impactos en el receptor de estas publicidades para no acabar por saturarlo.
Esa saturación, que es lo grave, no significa solamente que el consumidor ya no quiera el producto, sino que se instaure una imagen negativa del anunciante en su cabeza. Nadie quiere un posicionamiento negativo. Y estas técnicas de la insistencia rayan muy cerca de ese punto. Tengo entendido que este tipo de compañías de publicidad en línea no pueden interrumpir sus campañas hasta que el cliente (anunciante) no les informe que ya hizo la venta… Debo suponer que esto sucede mucho.
Al final, seguramente y como en tantos ámbitos digitalizados de la vida, apenas estamos en la fase de experimentos. Faltan aún muchas mediciones, normatividad y conocimiento certero (y comprobado) de cómo hacer las cosas lo más efectivas posible. Por ahora solamente quise levantar la voz como una usuaria desesperada (ya dije, un caso muy low-low) por el acoso publicitario.