Por Camila González
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@GFCam
La realidad de estar de hoy permanentemente conectados ha despertado todo tipo de ideas. Algunas de ellas, cimentadas en la solidaridad y la confianza, contrastan –y también enriquecen- las formas tradicionales de los sistemas sociales, políticos y económicos. Bueno, pues me refiero esta vez a los bancos de tiempo, que en varias ciudades ya están funcionando con bastante fuerza.
Para los que no han oído hablar de este concepto, se trata de grupos de personas que invierten su tiempo para otros en actividades que saben, pueden y estar dispuestos a hacer, y su paga es en tiempo de los demás. Por ejemplo, hay quienes pueden ofrecerse a cuidar un perro durante una noche o sacarlo a pasear y a cambio toman las horas invertidas en clases de guitarra que ofrece alguien más del banco de tiempo.
Este nuevo formato de economía solidaria basada en Internet, que renació hace un par de años en Barcelona me resulta interesantísimo. Primero porque quien quiera formar parte tiene necesariamente que detenerse a pensar en todas las posibles cosas que puede hacer por otros: hornear un pastel, enseñar matemáticas, acompañar al médico a alguien mayor, cuidar un bebé, sembrar un jardín, diseñar un vestido, hacer terapia psicológica, dar fisioterapia, etc. Son infinitas las posibilidades y dependen más bien de la creatividad de cada cual y del trabajo propio en la mercadotecnia personal.
Son muchos los servicios que otros nos pueden prestar para hacer nuestra vida mejor. Además, acá no hay escalafones, monopolios o inequidades. Dos horas mías a cambio de dos de alguien más. Es tal cual un trueque de talentos, sí, un intercambio de habilidades. No me digan que no está muy padre. Incluso hace poco un amigo en Bogotá se anotó para acompañar a bailar salsa. No está mal.
No calculamos lo útiles que podemos ser para los demás y los otros para nosotros. El sistema tradicional, entre otras cosas, nos aísla entre sí y nos hace dependientes sólo de él. El desafío de estos experimentos de mercadotecnia trasciende los contratos y las firmas legales, y se sitúa en la confianza humana. Ni más ni menos. Por eso los bancos de tiempo hacen entrevistas personales para conocer a quienes serán sus miembros, lo que sigue, es creer en la palabra de la gente.
Es buena hora para que la mercadotecnia y todo este movimiento del mundo digital nos regresen a sistemas basados en la confianza. Esa que llevamos traicionando durante siglos, pero también esa que muchas personas entregan y reciben de la manera más mágica. Además, fantástico que por un rato no comerciemos con dinero, sino con algo muchísimo más valioso, al final, nuestro único patrimonio: el tiempo.
Ya sé, suena romántico, pero no es chiste, en Madrid y Barcelona estos sistemas están funcionando muy bien, y en varias otras ciudades ya está empezando a correr el rumor y por consiguiente el interés. Está lo máximo que nos juntemos, unamos fuerzas y capacidades, y empecemos a intercambiar todo eso que no se vende en la tienda de la esquina: conocimientos, compañía y habilidades para arreglar y crear cosas, cocinar, coser, escribir, cantar, escuchar, curar…
Ya quiero abrir mi cuenta en el banco de tiempo.
