Hace unos años, estando de vacaciones en un parque de diversiones, en donde algunos solíamos esperar tremendos lapsos de tiempo parados en una fila para poder vivir en conjunto con nuestros hijos experiencias de entretenimiento, una mujer que estaba delante de mí, al mismo tiempo que tomaba la mano de su hijo, escuchó que yo hablaba español con mis hijas. Asombrada me preguntó: “¿de dónde eres?“, le contesté “somos mexicanas, ¿y tú?” a lo que respondió “yo tengo el nopal en la frente”; obviamente entendí a qué se refería y para romper el hielo le dije: “yo tengo el nopal en la voz”, refiriéndome a mi acento; acabamos en carcajadas y una buena plática basada en el respeto y la tolerancia que nos ayudó a ambas familias a sobrellevar mejor la antesala del juego.
Un discurso de odio es una de esas experiencias que identificas y reconoces una vez que lo escuchas y, sobre todo, si te afecta de manera personal. La organización Rights for Peace, documenta que el discurso de odio se convierte en una violación de los derechos humanos en el momento que incita a la discriminación, la hostilidad o la violencia hacia una persona o hacia un grupo de personas definido por su raza, religión, etnia, ideologías o preferencias sexuales, entre otros factores.
Lo más común y de cierta manera lo más fácil, sería culpar por completo a la tecnología, sin embargo, los discursos y las campañas basadas en el odio, en el resentimiento social y en el miedo se han dado de diferentes maneras, apoyándose en distintos medios de comunicación desde hace miles de años.
Considero que seríamos muy ingenuos en pensar que es algo nuevo.
Sin lugar a dudas, en plena pandemia, hemos sido testigos de que ha habido una explosión en las diferentes redes sociales, que tienen un impacto enorme por no tener límites geográficos, por quedar como testimonios imborrables y por su capacidad de viralizar, responder y compartir mensajes de manera exponencial.
Por otro lado, aún en medio del confinamiento, en distintos países, millones de individuos han salido a las calles a expresarse de manera presencial, lo que demuestra que, aunque las redes tienen un papel fundamental, no pueden aún sustituir por completo la presencia física.
Desafortunadamente, los contornos entre el discurso público y privado cada vez son más difusos. Muchos voceros, cuando se expresan en diversos foros off y online, no tienen plena consciencia de que sus opiniones o juicios pueden generar una gran repercusión y daños.
Es aún más doloroso ver y escuchar a aquellos que con plena consciencia, planeación y estrategia utilizan, plagian y reinventan campañas de odio con descaro y cinismo; y ahora, de regreso al pasado, el término de “propaganda política”, que aprovecha el resentimiento, el dolor, la desesperación de tantos a su favor y logra manipular la realidad; decir mentiras que para ciertas audiencias pueden ser obvias, pero que para otros públicos son incuestionables.
El año 2020 y 2021 serán recordados, no solamente por el Covid-19, sino por la crisis económica tan fuerte, la cual transforma la vida de cientos de millones de personas en el mundo y, de manera paralela, altera patrones de consumo, por lo que las empresas y las marcas también se ven en la necesidad de innovar.
Movimientos sociales como #metoo y #blacklivesmatters, entre muchos otros, surgen de personas que han sufrido de manera personal o que están en contra total de discursos de odio, que deplorablemente crecen en pleno siglo XXI y se anclan en la tecnología para obtener más y más control.
Existen muchas marcas de gran prestigio que han invertido tiempo y recursos en crear y difundir campañas que intenten desacreditar los discursos de odio; existen también empresas que están comprometidas en revisar y aplicar valores positivos en sus compañías, enfocados en la diversidad, justicia e inclusión como parte de sus pilares.
La relación que existe entre la mercadotecnia y las redes sociales prueban que estas plataformas y, sobre todo, que aquellas mentes, manos, voces y gestos que se expresan, a través de ellas, tienen sus propias agendas.
Para finalizar, me atrevo a decir que esto no es un fallo de la tecnología, ni de los medios de comunicación per se, más bien es responsabilidad de los seres humanos que deciden utilizar las plataformas digitales y tradicionales de manera negativa, incluso perversa.
Ojalá seamos siempre más los que estamos en contra que a favor de cualquier tipo de discurso de odio, porque los pensamientos se convierten en palabras, las palabras en acciones y las acciones basadas en el odio lo único que logran es destruir, incluso a los estrategas, promotores y a los distintos públicos que apoyan de diferentes maneras.