Pablo Mercado

En un entorno donde las marcas compiten ferozmente por atención, el reto no es solo captar miradas, sino provocar emociones profundas y duraderas. Hoy más que nunca, la diferenciación sensorial se vuelve clave.

El marketing olfativo ha recorrido un largo camino desde sus inicios como una simple herramienta de ambientación hasta convertirse en una estrategia sofisticada que aprovecha la tecnología y el análisis de datos para optimizar la experiencia del consumidor.

Nigel Hollis, autor de The Global Brand, plantea una realidad fascinante sobre el comportamiento humano: aunque nos gusta pensar que tomamos decisiones de manera racional, la verdad es que nuestro cerebro opera en gran medida bajo la influencia de emociones inconscientes, instintos y respuestas automáticas.

El marketing sensorial y el neuromarketing comparten una base en común: la comprensión profunda del consumidor a través de sus sentidos y emociones.

¿Alguna vez has notado que el café parece más amargo cuando lo bebes con música de fondo grave o que el chocolate sabe más dulce si se acompaña de tonos agudos?

Imagina que estás en una tienda de lujo. No solo ves productos bien iluminados, sino que también escuchas música suave, hueles un aroma sutil a vainilla y sientes la textura sedosa del empaque.

En un mundo donde la competencia por la atención del consumidor es más feroz que nunca, las marcas han encontrado en la estimulación sensorial una poderosa herramienta para diferenciarse.

Los espejos han sido una parte esencial de la vida cotidiana durante siglos, pero con la incorporación de tecnología avanzada, su funcionalidad ha evolucionado más allá del simple reflejo.

El pasado 9 de febrero, el Auditorio Nacional vibró con la energía ochentera de Yuri en un espectáculo que no solo deleitó los oídos y la vista, sino también el olfato.

La innovación tecnológica avanza a pasos agigantados, y Tesla, una de las empresas más disruptivas del mundo, no deja de sorprendernos.