Camila Gonzalez
*Las columnas de opiniĂłn reflejan el pensar individual y gustos personales de los columnistas, los cuales no necesariamente son compartidos por el equipo Merca2.0.
Esta era digital, en muchos sentidos, ha despertado -0 quizás visibilizado más- conciencias colectivas respecto a temas transversales y transcendentales. Me refiero por ejemplo a asuntos como el maltrato animal y el cuestionamiento a la existencia de los zoolĂłgicos; cuestiones de corrupciĂłn y responsabilidad social y polĂtica en manos de los ciudadanos; bĂşsquedas espirituales para aprender a estar mejor acá; reflexiones sobre ecologĂa y el cuidado del planeta, etc. Pero el tema que hoy traigo a colaciĂłn tiene que ver con la responsabilidad social de la publicidad.
Resulta muy interesante cuando la “digitalidad” nos une, en cambio de abrir más brechas, sĂ, y cuando a travĂ©s de ella se mejoran cosas. Me encontrĂ© con este proyecto que se inventaron y están haciendo en Madrid, y pensĂ© en lo oportuno que serĂa aplicarlo acá en nuestra Ciudad de MĂ©xico.
Resulta muy interesante cuando la “digitalidad” nos une, en cambio de abrir más brechas, sĂ, y cuando a travĂ©s de ella se mejoran cosas. Me encontrĂ© con este proyecto que se inventaron y están haciendo en Madrid, y pensĂ© en lo oportuno que serĂa aplicarlo acá en nuestra Ciudad de MĂ©xico.
Uno de los aportes quizás más grandes que la brindado el marketing digital a la industria es la especificidad en la data que puede recopilar, es decir, la capacidad de hacer mediciones para conocer cada vez más de cerca de los consumidores, sus reacciones frente a las marcas, rasgos de su comportamiento, gustos y, por supuesto, información demográfica.
Cuando leĂa yo en Facebook acerca de la reciente marcha contra la violencia a las mujeres –en la cual tristemente no pude estar- y las historias de acoso que han compartido muchos de mis contactos en este sentido, confieso que se me hacĂan nudos en la garganta. Por supuesto por los testimonios de vida que muchos valientes decidieron compartir, pero sobre todo porque me hizo reflexionar sobre la Ă©poca en que vivimos.
Las cosas que aparecen en Internet no dejan de sorprenderme. Qué época tan entretenida nos tocó vivir. Se venden amigos, se compran abrazos, se tiene sexo a distancia, se intercambian talentos y tiempos, se alquilan hombros para llorar, y bueno, a todo eso le sumamos que nosotros mismos estamos en constante oferta de venta en nuestras redes sociales.
SĂ, soy una grinch de la tecnologĂa, asĂ es, los escenarios virtuales me rebasan. Me refiero a mis responsabilidades digitales que no alcanzo a cumplir a cabalidad y de las cuales reniego cada vez que me dan la oportunidad. Pero cuando la tecnologĂa suma de maneras inimaginables a la vida de la gente es cuando no puedo más que quitarme el sombrero frente a ella. Y esta vez me refiero a la tecnologĂa adecuada como herramienta para las personas con discapacidad; en este caso para personas sordociegas.
Y sigo con mis enormes preocupaciones anti-digitales, es decir, todas esas que tienen que ver con el horror que me produce que cada dĂa más nuestra vida se reduzca a una pequeña pantalla. No es exagerado. En esa pantallita y con los dedos se maneja una buena parte de nuestra vida profesional, amistosa, amorosa, informativa. Es ahĂ donde invertimos bastante (demasiado) de nuestro tiempo de vida y, sin darnos cuenta, en esos aparatitos adictivos estamos construyendo un lugar en el mundo.
Ahora que acaba de pasar el dĂa de la mujer, fecha tan mal entendida y que desata tantos debates sobre si se celebra algo o más bien nos recuerda que seguimos trabajando por la equidad de gĂ©nero, sĂ, que es un camino del que aĂşn nos falta un montĂłn por recorrer. AsĂ es, soy feminista y me ofenden las frases de “la mujer es lo más lindo, etc.”.
En medio de tendencias, posturas y nuevos modos de asumir esta existencia, muchas veces radicales, una cultura urbana que me llama particularmente la atención es el freeganismo. Sobre todo porque no es una alternativa únicamente de jóvenes hippies decepcionados del sistema económico, como sucedió tras la revolución industrial, sino que hoy se están convertido en freeganos, todo tipo de personajes que no aguantan más el aplastante poder del dios dinero.
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