Esa sola pregunta elevó los calores del lugar, aparecieron las miradas evasivas desaprobando, otros se levantaron al baño, era evidente el desacuerdo con el de al lado.
Hace algunos años un profesor leyó un párrafo de un libro que iniciaba con una pregunta retórica sobre de quién había sido primero, si el David, o Miguel Ángel, en ese momento obvié mi respuesta, –por supuesto todo estaba contenido en Miguel Ángel, el poder creativo y la habilidad del artista lo es todo, –dije. Casi 12 años después de aquel encuentro, se revivía la misma duda sobre una mesa en la que existíamos solo para ver un partido de fútbol.
En la Ética Nicomaquea en uno de sus capítulos: “Los hombres, según se dice, se hacen y son virtuosos ya por naturaleza, ya por hábito, ya mediante la educación”. Atendiendo a este planteamiento aristotélico se dilucidan dos variables que podemos medianamente controlar, en cuanto a la “disposición natural” podemos hacer poco o nada en un sentido práctico, por otro lado, las variables del “hábito” y “educación” parecerían poderse controlar hasta cierto punto. ¿por cuál de las dos brechas podemos o debemos construir un camino propio y en el caso de nuestros negocios y nuestros hijos colaborar en la construcción de uno ajeno?
La suerte o la carga de ADN son dos de los recursos que sin querer cargan con parte de las culpas al tiempo de evaluarnos. En el texto del filósofo Aristóteles se expone sobre de esto, desde la perspectiva de la virtud como un fruto de varios esfuerzos, en el caso de los hombres básicamente se establece que esta se edifica desde la teoría y la práctica como dos pilares indispensables, seguir las leyes como única fuente de éxito, pero sobre todo, establece que, a estas se debe acudir en todo momento haciendo de este pragmatismo un modo de ser continuo, y en mi opinión inalcanzable. ¿La suerte versus la causalidad? Una de las preguntas que difícilmente se responden son los atributos cualitativos de las personas, en este punto se obtienen solo derrotas, de ahí que no somos todos futbolistas o pilotos de combate, o un enmascarado de lucha libre (mi caso) un modo fácil de diluir la culpa del no ser.
Algo alentador, tal vez, ¡somos buenos para algo! La crítica optimista de lo complejo que resulta realizar un proyecto y llevarlo a un punto de éxito, podría ser el hecho de que sería casi imposible ser “buenos para nada” seguramente habrá algo para lo que seamos idóneos, ¿cómo descubrirlo dentro de la organización y nuestro desarrollo personal como hijos, hermanos, padres y abuelos?
La respuesta sobre la mesa después del partido mundialista tras la derrota de la madre patria en tiros de penal, no significa que solo somos hijos de esta cuando nos toca tirar penaltis. En una de esas, en el 2026 nos tocaría también ser campeones del mundo.