En su libro Las malas lenguas, Juan Domingo Argüelles, ensayista, crítico literario y editor, parte de que la gente habla y escribe mal. Por ello reunió más de 600 páginas de redundancias, barbarismos y sinsentidos. He aquí algunos de los ejemplos que menciona en su libro, con su respectiva explicación:
Cita previa
No hay citas que no sean previas, asegura Argüelles, pues el sustantivo femenino cita se refiere al “señalamiento, asignación de día, hora y lugar para verse y hablarse dos o más personas”, o bien a la “reunión o encuentro entre dos o más personas, previamente acordado”, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Por otro lado, el adjetivo previo, según María Moliner, “se aplica a lo que precede y sirve de preparación a algo”.
Esta expresión redundante tiene su origen en el español culto, explica el autor, puesto que es utilizada especialmente por profesionistas y hoy ha infestado incluso a las publicaciones impresas.
Ojalá Dios quiera
Ojalá es una interjección del español que proviene del árabe hispánico que se traduce literalmente como “si Dios quiere” y que, de acuerdo con la RAE, “denota vivo deseo de que suceda algo”. El disparate consiste en que al decir y escribir ojalá ya está implícito y expresado el sentido literal de “si Dios quiere”. Según Argüelles, se trata de un desbarre lo mismo culto que inculto.
Lucir deslumbrante o lucir mal
Podemos decir que alguien “luce despampanante”, pero no “deslumbrante”, pues el verbo intransitivo lucir tiene dos acepciones principales: “brillar, resplandecer” y “sobresalir, aventajar”.
También funciona como verbo transitivo, con el significado de “iluminar, comunicar luz y claridad” o bien “llevar a la vista, exhibir lo que alguien se ha puesto, normalmente como adorno”.
En cuanto al adjetivo deslumbrante, hay que decir que deriva del verbo deslumbrar, cuyas acepciones son: “ofuscar la vista o confundirla con el exceso de luz”; “dejar a alguien confuso, admirado”; “producir gran impresión con estudiado exceso de lujo”
Deslumbrar y lucir son prácticamente sinónimos, por lo tanto la expresión lucir deslumbrante es una redundancia.
¿Puede alguien lucir mal? Por supuesto que no. Se trata de un oxímoron involuntario que da como resultado una incorrección. Nadie puede “lucir” o “deslumbrar” en un sentido negativo.
Descuido humano
La expresión no tiene sentido para explicar un accidente, dice el autor. Los descuidos son siempre humanos. Descuido es un sustantivo que significa “omisión, negligencia o falta de cuidado”, pero también “olvido o inadvertencia”.
Puede argumentarse que se utiliza en oposición a “falla técnica”, pero es que incluso una falla técnica se puede tratar de un descuido, pues si un automóvil se queda sin frenos y ocasiona un accidente mortal es porque hubo alguien que no lo llevó al servicio mecánico o, si lo llevó, el encargado de atender esto lo hizo con negligencia, es decir con descuido.
No debe hablarse de “descuidos o errores humanos” en el contexto en el que siempre se usan: accidentes y problemas ocasionados por negligencia, inadvertencia, omisión, exceso de confianza, olvido o idiotez.
Puño cerrado
No hay puños abiertos ni puños cerrados, lo que hay es, simplemente, puños. La mano cerrada es ya un puño y si la abrimos, deja de serlo.
Juan Domingo consigna un ejemplo que demuestra que los dislates afectan hasta a los maestros del lenguaje:
El gran poeta Rafael Alberti, cuando retornó de España después de un largo exilio, declaró lo siguiente: “Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta”.